Por : Juan Ramon Martinez
Mamá contaba que eran tiempos muy difíciles. La Policía vigilaba los movimientos de todos, especialmente a los extraños que se aparecían en la ciudad en donde vivíamos. Pero le tenía el ojo puesto a los liberales. Le teníamos miedo a la Policía y a los informantes, llamados orejas, contaba mamá, mientras papá, con su pipa al lado, sonreía en forma socarrona. Si queríamos ir a otro pueblo o ciudad, por lo que fuera, debíamos sacar un salvoconducto.
Pero si no obedecíamos, la autoridad que estaba a toda hora en las cuatro alcabalas que correspondían a las salidas de la ciudad, reclamaba el documento; y si no lo mostrábamos éramos devueltos y puestos en prisión por lo menos durante una semana.
No habían periódicos, sino un pequeño semanario católico que, ocupado en las reproducciones bíblicas, la única política que se le permitía era felicitar al salvador de la Patria, su excelencia Bienvenido Irías, el presidente de la nueva República. “Pero era más seguro que ahora”, dijo papá. Mamá refunfuñó, dio la vuelta y se fue a la cocina a ver como hervía el caldo de la sopa que almorzaríamos al mediodía papá, mamá y mis cinco hermanos mayores. “Hay que contar todo. También la pasábamos bien. Había trabajo, no habían robos y los crímenes eran desconocidos. Nos sentíamos seguros”. Pero no había libertad, dijo mamá desde la cocina. “Nadie come con libertad”, respondió papá.
Bueno, refunfuñó mamá, te acuerdas de la vez que Trino Arteaga, estaba bebiendo tragos con Toño Murillo; y no sé por qué, aunque eran buenos amigos, se disgustaron al extremo que Trino se levantó de la mesa muy disgustado; y le dijo a Toño: andá a tu casa y traé tu pistola para que nos matemos de una vez, vos jodés mucho. Toño que nunca se acaloraba, lo quedó viendo. En la cara una leve sonrisa. Y sin levantarse o alzar la voz le dijo: ¡ajá liberal y con pistola! Trino se puso lívido, recobró la calma inmediatamente y le respondió, en actitud de buscar asiento a su lado: ¡Machete te he dicho yo! Crees que eso era bueno? Vivíamos en una dictadura en donde los nacionalistas podían hacer todo y los liberales ni siquiera portar armas. Papá indiferente dijo, bien merecido se lo tenían, porque no eran de confianza; y el general los mantuvo a mecate corto y no había por qué permitirles que volvieran alzar la voz; y levantarse en contra del gobierno.
Eso es lo injusto Alfredo. Bueno pero eso ya pasó, dame el almuerzo, dijo papá con la misma indiferencia con que Toño Murillo se había burlado del liberal que había insinuado que tenía escondida una pistola que el gobierno le tenía prohibido. Mamá se dio cuenta que con papá no podía. Es un fresco, pensó. Dio la vuelta. Se encaminó a la cocina de donde regresó con una humeante sopa que papá saboreó con enorme gusto. Sentados en la mesa, hablaron de otras cosas.
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domingo, 18 de agosto de 2013
sábado, 10 de agosto de 2013
En defensa de la Libertad
Por : Juan Ramon Martinez
Siento que he nacido, como otros muchos, para el goce de la libertad. En el seno de mi hogar, mis padres respetaron mi dignidad. Y me enseñaron, desde elementales ejemplos, el camino hacia la práctica de la libertad. En el Instituto Mejía de Olanchito, Joaquín Reyes Figueroa, Jesús Medina Nolasco, Modesto Herrera y Lisandro Quezada, me anticiparon que, sin libertad no había posibilidad alguna para la existencia auténtica. Al final de la escuela primaria, ya había optado por la libertad, basada en el rechazo a cualquier forma de autoritarismo. La dictadura cariísta me parecía entonces; y ahora mucho más, una aberración.
La huelga de los trabajadores bananeros en 1954, Villeda Morales y Enrique Ortez Pinel, me hicieron sentir que solo en libertad era posible la existencia auténtica. Y que su ejercicio era factible en una democracia de iguales, en la que los gobernantes estarían limitados por el ejercicio electoral y el control político, que el imperio de la ley sería el norte orientador; y que la defensa de los derechos individuales, se convertiría en una tarea obligatoria.
Pero con absoluta prescindencia de la intervención foránea, viniera de donde viniera. Tanto de Estados Unidos, la Unión Soviética, China, Cuba, Brasil o Nicaragua.
Cuando estudié historia, descubrí que el país y su pueblo, han sido víctimas de la intervención de los caudillos de los alrededores que, en el fondo nos menosprecian y nos consideran incapaces de determinar nuestro propio modelo de vida, de trabajo y de ilusiones compartidas.
Y que su intervención en nuestras cosas había sido, facilitada, estimulada y apoyada por la colaboración irresponsable de algunos compatriotas que no pudiendo vivir de pie, fuera del gozo irresponsable del poder, entregan la paz y la tranquilidad de la ciudadanía. Barrios nos impuso y nos “corrió” a Marco Aurelio Soto. José Santos Zelaya impuso a Policarpo Bonilla y su “revolución” liberal. Anastasio Somoza pretendió derribar a Villeda Morales, para evitar la devolución de las tierras de La Mosquitia.
En el 2009, muchos gobernantes y embajadores, pretendieron impedirnos que le aplicáramos la ley a un gobernante que perdió los estribos. Y pasó por alto sus obligaciones de respetar la libertad de todos. Gracias a Michelleti y a su coraje, que se puso de pie como ningún otro gobernante lo ha hecho en el pasado, pudimos darle aliento a los esfuerzos de Lobo Sosa para reconciliarnos. Y, por lo menos, hacer entender a los esclavos de los extranjeros, que había que pasar por la prueba de las urnas los derechos para disputar cívicamente las diferencias. Y que no es obligatorio en la vida democrática, pensar todos lo mismo de todo.
Por supuesto, nos hace falta mucho para asegurar el ejercicio de la libertad y la defensa de la independencia de la nación. Pero lo que no tenemos, lo buscaremos como lo han hecho otros. Los de ahora, los de mañana y los de pasado mañana. Sin la abusiva intervención de embajadores irrespetuosos, académicos subordinados a la donaciones de los que quieren usarnos como conejillos para probar sus teorías; y de los “patriotas” que no pudiendo hacer desórdenes en sus sociedades herméticamente blindadas, nos han echado el ojo para manipularnos, bajo el expediente que tienen que vigilar nuestros procesos electorales, cuando ellos no nos permiten ni siquiera que les veamos a los ojos directamente.
Tengo muchos defectos. Como todos los demás hondureños. Pero quiero usar la palabra de un “paisano” de Olanchito, a quien le oí decir recientemente que, “por aquí -se refería a nuestra querida ciudad- había pasado el honor y la dignidad. Y que se habían quedado allá, definitivamente”. Los hondureños tenemos una libertad, un orgullo, un gozo singular, que debemos defender. Ante los que nos quieran irrespetar; e imponer modelos que no aceptamos, porque nos quitan la libertad. Incluso para equivocarnos.
Y eso no se lo permitiremos a nadie. Porque cuando la entregamos, enajenamos la posibilidad para hacer una nación a la medida de nuestros sueños y capacidades. Porque nadie quiere, que vengan desde el sur o del norte a imponernos caudillos irresponsables, dictadorzuelos, ahijados de Carías Andino, como gobernantes. No y no. Primero la muerte, antes que la esclavitud. Sin libertad, la vida carece de sentido. Es lo que he aprendido y me ha servido para vivir orgullosamente. Sin miedo, erguido; y sin dañar a nadie.
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Siento que he nacido, como otros muchos, para el goce de la libertad. En el seno de mi hogar, mis padres respetaron mi dignidad. Y me enseñaron, desde elementales ejemplos, el camino hacia la práctica de la libertad. En el Instituto Mejía de Olanchito, Joaquín Reyes Figueroa, Jesús Medina Nolasco, Modesto Herrera y Lisandro Quezada, me anticiparon que, sin libertad no había posibilidad alguna para la existencia auténtica. Al final de la escuela primaria, ya había optado por la libertad, basada en el rechazo a cualquier forma de autoritarismo. La dictadura cariísta me parecía entonces; y ahora mucho más, una aberración.
La huelga de los trabajadores bananeros en 1954, Villeda Morales y Enrique Ortez Pinel, me hicieron sentir que solo en libertad era posible la existencia auténtica. Y que su ejercicio era factible en una democracia de iguales, en la que los gobernantes estarían limitados por el ejercicio electoral y el control político, que el imperio de la ley sería el norte orientador; y que la defensa de los derechos individuales, se convertiría en una tarea obligatoria.
Pero con absoluta prescindencia de la intervención foránea, viniera de donde viniera. Tanto de Estados Unidos, la Unión Soviética, China, Cuba, Brasil o Nicaragua.
Cuando estudié historia, descubrí que el país y su pueblo, han sido víctimas de la intervención de los caudillos de los alrededores que, en el fondo nos menosprecian y nos consideran incapaces de determinar nuestro propio modelo de vida, de trabajo y de ilusiones compartidas.
Y que su intervención en nuestras cosas había sido, facilitada, estimulada y apoyada por la colaboración irresponsable de algunos compatriotas que no pudiendo vivir de pie, fuera del gozo irresponsable del poder, entregan la paz y la tranquilidad de la ciudadanía. Barrios nos impuso y nos “corrió” a Marco Aurelio Soto. José Santos Zelaya impuso a Policarpo Bonilla y su “revolución” liberal. Anastasio Somoza pretendió derribar a Villeda Morales, para evitar la devolución de las tierras de La Mosquitia.
En el 2009, muchos gobernantes y embajadores, pretendieron impedirnos que le aplicáramos la ley a un gobernante que perdió los estribos. Y pasó por alto sus obligaciones de respetar la libertad de todos. Gracias a Michelleti y a su coraje, que se puso de pie como ningún otro gobernante lo ha hecho en el pasado, pudimos darle aliento a los esfuerzos de Lobo Sosa para reconciliarnos. Y, por lo menos, hacer entender a los esclavos de los extranjeros, que había que pasar por la prueba de las urnas los derechos para disputar cívicamente las diferencias. Y que no es obligatorio en la vida democrática, pensar todos lo mismo de todo.
Por supuesto, nos hace falta mucho para asegurar el ejercicio de la libertad y la defensa de la independencia de la nación. Pero lo que no tenemos, lo buscaremos como lo han hecho otros. Los de ahora, los de mañana y los de pasado mañana. Sin la abusiva intervención de embajadores irrespetuosos, académicos subordinados a la donaciones de los que quieren usarnos como conejillos para probar sus teorías; y de los “patriotas” que no pudiendo hacer desórdenes en sus sociedades herméticamente blindadas, nos han echado el ojo para manipularnos, bajo el expediente que tienen que vigilar nuestros procesos electorales, cuando ellos no nos permiten ni siquiera que les veamos a los ojos directamente.
Tengo muchos defectos. Como todos los demás hondureños. Pero quiero usar la palabra de un “paisano” de Olanchito, a quien le oí decir recientemente que, “por aquí -se refería a nuestra querida ciudad- había pasado el honor y la dignidad. Y que se habían quedado allá, definitivamente”. Los hondureños tenemos una libertad, un orgullo, un gozo singular, que debemos defender. Ante los que nos quieran irrespetar; e imponer modelos que no aceptamos, porque nos quitan la libertad. Incluso para equivocarnos.
Y eso no se lo permitiremos a nadie. Porque cuando la entregamos, enajenamos la posibilidad para hacer una nación a la medida de nuestros sueños y capacidades. Porque nadie quiere, que vengan desde el sur o del norte a imponernos caudillos irresponsables, dictadorzuelos, ahijados de Carías Andino, como gobernantes. No y no. Primero la muerte, antes que la esclavitud. Sin libertad, la vida carece de sentido. Es lo que he aprendido y me ha servido para vivir orgullosamente. Sin miedo, erguido; y sin dañar a nadie.
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viernes, 2 de agosto de 2013
El Sicario (cuento corto)
Por : Carlos Escamilla
¡Puta, maldita, puta!... Repetía en voz alta mientras buscaba la escopeta que estaba colgada en la pared junto a un machete envainado. Cuando sintió el peso del arma en sus manos sonrió de manera siniestra y ciego de furia salió de la cocina. “Tanto tiempo, tanto tiempo aguantando a esta pendeja”… Se repetía ahora mentalmente mientras avanzada con paso firme entre una hilera de árboles frutales.
Con absoluta determinación se paró tras la victima que, en ese momento estaba distraída. Buscó la mejor posición y con inmenso placer descubrió que no le temblaba el pulso. En realidad hacía mucho tiempo lo venia pensando, de manera, que en cierta forma le resultaría natural hacerlo.
Total, solo sería un simple disparo en medio de la oscuridad y listo. Ya le había advertido “amárrela, amárrela que todas las noches viene a mi casa y me desbarata todo”. Pero ella siempre estaba puntual; comiendo, rumiando, aplastando tanto la yuca, los tomates y los brotes nuevos del jardín, de manera que el hombre apuntó y sin ningún tipo de remordimiento disparó.
La explosión se escucho ahogada, húmeda, como cuando se destapa una botella de champan y en un rápido movimiento de sus pupilas y, ayudado por la luz de la luna, el homicida alcanzo a ver el reflejo de los choros amarillo que iban desgarrando el viento con asombrosa precisión como si fueran dos flechas liquidas volando directamente hacia su objetivo.
Hasta entonces, cayó en cuenta, que la escopeta había permanecido tanto tiempo colgada en el mismo lugar, que las abejas habían fabricado colmenas adentro de los cañones. De manera, que esa noche Don Miguel, ridículamente solo pudo embarrar a la vaca de su vecino con miel.
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¡Puta, maldita, puta!... Repetía en voz alta mientras buscaba la escopeta que estaba colgada en la pared junto a un machete envainado. Cuando sintió el peso del arma en sus manos sonrió de manera siniestra y ciego de furia salió de la cocina. “Tanto tiempo, tanto tiempo aguantando a esta pendeja”… Se repetía ahora mentalmente mientras avanzada con paso firme entre una hilera de árboles frutales.
Con absoluta determinación se paró tras la victima que, en ese momento estaba distraída. Buscó la mejor posición y con inmenso placer descubrió que no le temblaba el pulso. En realidad hacía mucho tiempo lo venia pensando, de manera, que en cierta forma le resultaría natural hacerlo.
Total, solo sería un simple disparo en medio de la oscuridad y listo. Ya le había advertido “amárrela, amárrela que todas las noches viene a mi casa y me desbarata todo”. Pero ella siempre estaba puntual; comiendo, rumiando, aplastando tanto la yuca, los tomates y los brotes nuevos del jardín, de manera que el hombre apuntó y sin ningún tipo de remordimiento disparó.
La explosión se escucho ahogada, húmeda, como cuando se destapa una botella de champan y en un rápido movimiento de sus pupilas y, ayudado por la luz de la luna, el homicida alcanzo a ver el reflejo de los choros amarillo que iban desgarrando el viento con asombrosa precisión como si fueran dos flechas liquidas volando directamente hacia su objetivo.
Hasta entonces, cayó en cuenta, que la escopeta había permanecido tanto tiempo colgada en el mismo lugar, que las abejas habían fabricado colmenas adentro de los cañones. De manera, que esa noche Don Miguel, ridículamente solo pudo embarrar a la vaca de su vecino con miel.
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