viernes, 2 de agosto de 2013

El Sicario (cuento corto)

Por : Carlos Escamilla

 ¡Puta, maldita, puta!... Repetía en voz alta mientras buscaba la escopeta que estaba colgada en la pared junto a un machete envainado. Cuando sintió el peso del arma en sus manos sonrió de manera siniestra y ciego de furia salió de la cocina. “Tanto tiempo, tanto tiempo aguantando a esta pendeja”… Se repetía ahora mentalmente mientras avanzada con paso firme entre una hilera de árboles frutales.
 Con absoluta determinación se paró tras la victima que, en ese momento estaba distraída. Buscó la mejor posición y con inmenso placer descubrió que no le temblaba el pulso. En realidad hacía mucho tiempo lo venia pensando, de manera, que en cierta forma le resultaría natural hacerlo.

Total, solo sería un simple disparo en medio de la oscuridad y listo. Ya le había advertido “amárrela, amárrela que todas las noches viene a mi casa y me desbarata todo”. Pero ella siempre estaba puntual; comiendo, rumiando, aplastando tanto la yuca, los tomates y los brotes nuevos del jardín, de manera que el hombre apuntó y sin ningún tipo de remordimiento disparó.
 La explosión se escucho ahogada, húmeda, como cuando se destapa una botella de champan y en un rápido movimiento de sus pupilas y, ayudado por la luz de la luna, el homicida alcanzo a ver el reflejo de los choros amarillo que iban desgarrando el viento con asombrosa precisión como si fueran dos flechas liquidas volando directamente hacia su objetivo.

 Hasta entonces, cayó en cuenta, que la escopeta había permanecido tanto tiempo colgada en el mismo lugar, que las abejas habían fabricado colmenas adentro de los cañones. De manera, que esa noche Don Miguel, ridículamente solo pudo embarrar a la vaca de su vecino con miel.

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