sábado, 12 de julio de 2014

El hombre que no dijo adiós (anónimo)

Este relato narra un caso real.Se han cambiado los nombres. (origen desconocido)
 Hace unos pocos meses, Juan desapareció sin dejar rastro. Salió de su casa al trabajo y nadie volvió a verlo. A su trabajo no llegó nunca.Juan era un hombre joven, no muy alto, de buena presencia, amable y servicial, lo que le permitía quedar bien con todo el mundo, especialmente con las mujeres. Por eso, su desaparición alarmó a sus vecinos de la aldea Carrizales, cerca de Jocón, Yoro. Al tercer día, su esposa puso la denuncia en la Dirección Nacional de Investigación Criminal, DNIC, y se destacó a un equipo para que investigara el caso.-

¿Tiene enemigos su esposo?-No, que yo sepa.-¿Sabe si tiene otra mujer?-Mire, los hombres son unos pícaros que no se conforman nunca con lo que tienen…-Entonces, ¿sí tiene otra mujer su esposo?-A mí no me consta pero siempre se dicen cosas.-Por favor, señora, sea más clara… Necesitamos toda la información posible para poder investigar qué fue lo que pasó con su marido.-Es que no sé. La gente habla pero yo no sé.-¿Ha tenido problemas con alguien su marido en el último mes?-Es que él nunca me dice nada a mí.Por aquella parte, los detectives no iban a llegar a ningún lado.-¿En que trabaja su esposo?-Es ordeñador pero le hace de todo.-¿Dónde trabaja?-En cualquier parte, donde consigue trabajo. Esta última semana trabajó en la hacienda Las flores… Ya había trabajado allí otras veces.-¿Iba para esa hacienda cuando lo vio por última vez?-Sí.-¿A qué hora salió de la casa?-Siempre salía de madrugada.

LAS FLORES. Una hacienda siempre es algo bonito de ver. Los animales, las enormes extensiones de tierra, los hombres trabajando, los terneros llamando a sus madres con largos bramidos, la leche que sale de las ubres en chorros intermitentes. Como dijo Rubén Darío en su poema “Del trópico”:¡Qué alegre y fresca la mañanita!Me agarra el aire por la nariz,los perros ladran y un chico grita,y una muchacha gorda y bonitajunto a una piedra muele maíz.Son escenas comunes en el campo hondureño, y en la hacienda Las Flores se repetían cada día. Allí era donde trabajaba Juan cuando desapareció, y hasta allí llegaron los detectives de la DNIC. Nadie les dio razón. Juan no había llegado ese día a trabajar y no sabían qué pudo haberle pasado. Lo más seguro era que se había ido mojado para Estados Unidos.-¿Por qué dice eso?-Porque desde hace días dijo que se quería ir… Aquí no hacía nada.El hombre que hablaba con los policías era un ayudante del capataz, un hombre maduro con rasgos indígenas que se expresaba con dureza, como el hombre que está acostumbrado a mandar.-¿Usted lo conocía bien?-Bien, lo que se dice bien, no, pero trabajaba aquí por temporadas. Era un hombre que nunca estaba bien en ningún lado.-


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¿Por qué dice eso?-Hoy estaba aquí, mañana en otra hacienda…-¿Era buen trabajador?-Era bueno, sí…-¿Tuvo usted alguna razón para quejarse de él?-Yo no.-¿Alguien que usted conozca?El hombre arrugó las cejas.-Dicen que era bien enamorado.El hombre cambió la mirada.-De eso no sé; son cosas privadas de las personas que no me interesan.El detective suspiró, miró hacia el horizonte, donde las nubes blancas se dejaban llevar por el viento de la mañana, y dijo, paseando la mirada en las montañas lejanas.-Me pregunto en qué montaña de esas lo enterraron… ¡Aquí es fácil deshacerse de un cadáver!El ayudante del capataz abrió los ojos, dejó de respirar por un segundo, y no supo qué decir. El detective lo miró, le sonrió por un momento, y le dijo:-Vamos a volver. A mí se me hace que Juan no se fue para Estados Unidos… Más bien creo que lo mataron y lo enterraron en alguna de esas montañas… ¿Usted que opina?El hombre no dijo nada. El detective agregó: -Y fíjese, señor, que a mí me parece que usted sabe más de lo que nos está diciendo. Me parece que usted sabe qué fue lo que pasó con Juan… -¡Yo no sé nada de ese hombre! -Pues yo creo que sí… -¿Y por qué me está acusando usted? -Mire, le voy a explicar algo. Usted conoce a Juan, o mejor dicho, usted conocía a Juan; cuando se refería a él, hace unos momentos, hablaba en pasado, decía “era buen trabajador”, “era bien enamorado”, y estoy seguro de que usted sabe donde está Juan… -Ya le dije que yo no sé nada. -Bueno, eso lo vamos a ver más adelante… Ahora quiero que me reúna a la gente, vamos a hablar con ellos… Alguien tiene que saber algo de Juan. -Aquí nadie sabe nada de ese hombre. -¿Usted cree? -Y la gente está trabajando… El detective sacó las esposas de acero de su cintura, las agitó frente al hombre y le dijo: -¿Sábe usted que es esto? El hombre no dijo nada. -Se llaman esposas, o “chachas”. Creo que lo mejor es que me lo lleve a usted para Tegucigalpa… El hombre dio un salto. -¿Y por qué si yo no he hecho nada? -¿Usted no le hizo nada a Juan? -No, yo no… -¿Entonces quien fue el que lo mató? El hombre sudaba helado. Ahora no parecía tan arrogante como al inicio. -Yo no sé nada de eso…

 -Bueno, mejor vamos a volver. Pero cuando regresemos va a venir con nosotros el fiscal, así que si tiene algo que decirnos es mejor que lo diga ahora porque después no le va a servir de nada. -Yo no sé nada, ya se lo dije; yo no sé quien mató a Juan. -No sabe quién lo mató, ¿verdad? Y de seguro tampoco sabe dónde lo enterraron. Lo mataron en la madrugada, lo esperaban en el camino a la hacienda, lo agarraron y se lo llevaron para las montañas; allá lo enterraron. ¿Verdad que así fue? El hombre no respondió, los detectives le dieron la mano y él les devolvió el saludo con una mano helada y sudorosa. El detective le volvió a sonreír. Aquella era una sonrisa maliciosa, acusadora, que puso más nervioso al ayudante del capataz.

 HIPOTESIS. -¿Por qué le dijiste todo eso? El detective sonrió, encendió un cigarro y se acomodó en el asiento del copiloto. -No sé, me pareció que era demasiado prepotente y se me ocurrió hostigarlo cuando dijo que Juan “era buen trabajador” y que “era bien enamorado”. Él no se fijó en lo que decía pero al oírlo hablar en pasado me dieron ganas de hurgarlo un poco… Se me ocurrió decir que Juan estaba enterrado en las montañas y allí vi que cambió su semblante, entonces empecé a sospechar… -Se puso nervioso. -Sí, y más cuando le dije que lo habían agarrado en la madrugada, en el camino a la hacienda, y que lo habían ido a enterrar en las montañas. Estoy seguro de que ese hombre sabe dónde está Juan. -¿Creés que esté muerto? -A mí me parece que sí… Ese hombrecito me parece muy sospechoso. -¿Qué mal haría Juan como para que lo mataran? -Aquí nunca se sabe con quién se mete uno. Esta gente es muy delicada y no perdona que les roben lo que tanto les cuesta y que les toquen las mujeres… Creo que por ahí anda la cosa… Hay que entrevistar a más gente de la hacienda… Seguro que alguien tiene algo qué decir.

 QUINTO. Cinco días hacía que Juan había desaparecido. La esposa, su madre y sus hermanos les dijeron a los detectives que Juan jamás pensó en viajar mojado a Estados Unidos y que el que decía que se había ido era un mentiroso. Fue en ese momento en que los detectives estuvieron seguros de que Juan estaba muerto, que lo habían matado por algo y que se habían deshecho del cuerpo en algún lugar en las montañas. Sin embargo, nadie había dicho nada sobre esto. Nadie sabía nada sobre Juan. -Vamos a hacer una cosa –dijo el detective-; vamos a regar la noticia de que viene un equipo de Tegucigalpa para buscar el cadáver… Si hay algo escondido por aquí, lo vamos a saber… No perdieron el tiempo. La noticia se supo esa misma mañana y, para la tarde, un hombre algo entrado en años, vestido humildemente, pidió hablar con los detectives que todavía no se habían ido de la aldea. -Mire, señor –dijo el hombre, jugando con el ala de su sombrero y sin levantar la mirada-, a Juan le pasó algo malo… -¿Por qué dice eso? -Es que los patrones de la hacienda como que estaban enemistados con él…, yo no sé por qué, pero, es que Juan parece que hizo algo feo… -¿Sábe que fue lo que hizo Juan? -Mire, allí nadie habla, pero es que Juan no respetaba mujer ajena y parece que por ahí le vino la desgracia. -Por eso lo mataron, ¿verdad? -Mire, yo no sé cómo fueron las cosas pero para mí que los hombres de confianza del patrón saben qué fue lo que le pasó al muchacho… -¿Usted cree que lo mataron? -Sí. -¿Y se imagina dónde lo enterraron? -Por ahí por las montañas… La hacienda es bien grande… Pero no sé nada… Yo es que me imagino. El detective miró profundamente al hombre, que seguía jugando con el sombrero y no había levantado la cabeza ni un momento, y le dijo: -Mire, si usted nos ayuda a encontrar el cuerpo nosotros le ayudamos a usted… ¿Qué le parece? El hombre levantó la cabeza, abrió los ojos, asustado, y las palabras se quedaron en su boca entreabierta. -Usted no quiere ir preso, ¿verdad? El hombre dejó caer el sombrero y se puso pálido. -Mire, señor –dijo con voz temblorosa-, yo solo sé quién hizo el hoyo pa’ meterlo; yo no tengo nada qué ver en esa muerte. -¿Quién hizo el hoyo pa’ meterlo, señor? El hombre guardó silencio. El detective le dijo: -Fue un hijo suyo, ¿verdad? El hombre movió la cabeza hacia adelante. -¿Trabaja en la hacienda? -Sí. Pero él no tiene nada que ver en eso, solo hizo el hoyo. -Y, ¿dónde está su hijo? -Mire, señor, cuando ustedes llegaron a la hacienda, el capataz le dijo a la gente que si hablaban con ustedes podían meterse a problemas, y allí fue cuando mi hijo me dijo que él no quería tener problemas y que mejor se iba de la hacienda. Yo me olí algo malo y lo hice que me dijera lo qué sabía de Juan y entonces me dijo que él había hecho el hoyo donde lo enterraron, en la montaña. Yo le dije que se escondiera por mientras ustedes se iban porque estaba seguro que no lo iban a encontrar, pero hoy supe que el ayudante del capataz se fue de la hacienda después que ustedes estuvieron con él, y mejor vine a buscarlos. Mi hijo no mató a ese hombre, se los aseguro… -¿Dónde lo enterraron? -Yo los voy a llevar. -Vamos a llamar a un equipo de Tegucigalpa, para desenterrar el cadáver…

. Era de noche cuando el forense y su equipo llegaron a Carrizales. Estaban cansados y decidieron empezar la exhumación al día siguiente. A primera hora estaban frente a un bulto de tierra cubierta con piedras y ramas en lo profundo de la montaña. Las palas entraron en acción y, poco a poco, la fosa fue creciendo. Al llegar a un metro encontraron los primeros huesos. El forense se detuvo, extrañado, al darse cuenta que aquellos huesos eran demasiado raros, además, no esperaba encontrar huesos en la tumba puesto que Juan no tenía ni una semana de haber sido enterrado. Lo lógico era encontrar su cuerpo en estado de descomposición, pero no los puros huesos. Al seguir escarbando se dio cuenta que estaba perdiendo el tiempo. Los huesos eran de vaca. Una montaña de huesos de vaca enterrados en la tierra húmeda. -Creo que nos han engañado –dijo uno de los detectives. -Detengan a ese hombre -dijo otro. El hombre, que en todo este tiempo estuvo jugando con el sombrero a unos metros de la fosa, dio un grito. -No, señor; allí fue donde enterraron al muchacho… -Esos son huesos de vaca. El hombre no dijo nada. Estaba tan confundido como el forense. -Dejemos eso ahí –dijo el ayudante del fiscal-. Tenemos cosas más importantes que hacer que estar desenterrando huesos de vaca. Los huesos estaban amontonados a un lado de la fosa, sobre un plástico grueso, y la tumba estaba vacía.

No había nada más que hacer allí. El misterio de la desaparición de Juan se complicaba. Ahora todas las teorías quedaban en nada y los detectives tenían que empezar de nuevo. A lo mejor era verdad aquello que decían que Juan se había ido mojado para Estados Unidos. NADA. El fiscal estaba molesto, los detectives decepcionados y la familia de Juan desesperada. ¿Qué había pasado en realidad con Juan? ¿Dónde estaba? ¿Por qué no se había comunicado con ellos en todo este tiempo? ¿Por qué les había mentido aquel hombre al señalarles la tumba? ¿Por qué el ayudante del capataz se había ido de la hacienda el mismo día que los detectives hablaron con él? ¿Es que sabía algo sobre la desaparición de Juan? Ahora se comentaba en la aldea que el patrón de la hacienda no estaba a gusto con Juan y que había dicho que no quería ver más a ese hijuep… en sus tierras. ¿Por qué decir esto? ¿Qué problemas tenía Juan con su patrón? Y, ¿por qué aquellas palabras estaban en boca de todo el mundo? Para los detectives era hora de platicar con el patrón. TIERRA. Ya nada quedaba en la fosa y los hombres se prepararon para retirarse. Un ayudante del forense miró al fondo por última vez y no vio nada. Habían perdido el tiempo. Sin embargo, la tierra se veía floja y en una esquina había algo que se movía despacio. -Son gusanos –le dijo su compañero. -¿Gusanos? -Sí. -Pero, ¿por qué hay gusanos allí y no hay ninguno en los huesos? ¿Ves que los huesos están blancos? Al menos un gusano deberían tener, si es que se pudrieron aquí… -Tenés razón… Pero hay algo más raro en esto. ¿Por qué vinieron a enterrar huesos de vaca en esta fosa? ¿Para que tomarse semejante molestia? ¿A quién le interesa enterrar ganado en esta montaña? -¡No, hombre! Aquí estaba enterrado el muchacho desaparecido pero los que lo mataron, al saber que veníamos nosotros a desenterrarlo, se nos adelantaron, sacaron el cuerpo y dejaron los huesos de vaca… -¡Púchica! Ni los detectives de la DIC piensan así. ¡Eso es lo que pasó, y esos gusanos son los que quedaron del cadáver que se estaba descomponiendo! ¡Dame una pala! El hombre saltó a la fosa, tomó la pala que le daba su compañero y empezó a escarbar de nuevo, en la esquina donde se movían los gusanos, que ahora eran más visibles. Lo que encontró lo hizo dar un grito de alegría. -¡Una mano! ¡Encontré una mano! Los detectives se acercaron a la fosa. Era la mano derecha de un hombre, con dedos largos y delgados, que estaba cortada desde la muñeca. Aunque se estaba pudriendo, tenía las uñas y casi intactos algunos dedos. -Hay que llevarla a Tegucigalpa. Creo que podemos tomar las huellas digitales. -Realmente no hay crimen perfecto –dijo el fiscal.

 NOTA FINAL. En el laboratorio, en Tegucigalpa, se tomaron las huellas digitales de los dedos que aún no estaban podridos. Una sola huella se tomó completa. Los detectives tuvieron que esperar una semana más para identificarla. Era del dedo anular de Juan. Cuando los detectives regresaron a la hacienda Las Flores le presentaron a los dueños una orden de cateo y otra de captura. Dos hombres están en prisión por el asesinato de Juan. Un testigo protegido colabora con la Fiscalía. El cacique de Jocón espera sentencia. El Ministerio Público pedirá treinta años de prisión. El cadáver de Juan no ha sido encontrado.

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