sábado, 28 de diciembre de 2013

Serán los dioses ocultos o serás tu…

Por : Carlos Escamilla
Despiertas sobresaltado con la terrible sensación que te has quedado dormido. Y en efecto, es tarde. Por lo cual en un instante descubres que no tendrás tiempo para tomar café, mucho menos para bañarte, pues apenas si alcanzaras a cepillarte los dientes para disimular el mal sabor etílico de la noche anterior. Pero cuando giras el grifo del lavamanos este solo emite un sonido ronco como el de un gallo cuando le aprietas el pescuezo para preparar un sabroso zancocho navideño. En resumen, no hay agua. Entonces sacas un poco de agua del refrigerador para hacerte el tan necesario enjagüé bucal, pero de inmediato lanzas una maldición ya que el agua fría entra directamente en la muela cariada y eso te produce un picotazo en la encilla que resulta tanto doloroso como inesperado.

Sin verte en el espejo te pones la única muda de ropa decente lo más rápido posible. Luego a los zapatos les haces un nudo extraño, el cual deduces que más tarde serán un verdadero problema para desamarrarlos porque en la prisa les has hecho una especie de nudo ciego de manera que es posible tengas que cortar los cordones para liberar tus pies sofocados. Sales a la calle y esta lloviznando. Eso no te molesta en lo más mínimo pues tu auto está estacionado cerca del apartamento. Sin embargo, una vez dentro del coche este no enciende. Le das y le das a la llave y ni siquiera crees que pueda ser la batería porque no emite sonido alguno. Cierras de golpe el capó y decides caminar hasta la parada de autobús porque lo de encender el carro en ese momento, es una idea tan descabellada como querer echar andar un dinosaurio desecado.
Caminas hasta la esquina con pasos agigantados.

 Vas a cruzar corriendo al otro lado de la calle pero te detienes porque un auto tiene la preferencia y además viene derrapando en el pavimento húmedo con una velocidad que realmente te parece exagerada. El bólido pasa sobre un charco y terminas empapado de pies a cabeza. – hijueput…-. Pero no terminas la frase porque no quieres hacerte mala sangre tan temprano. Miras el reloj y consideras aun tienes tiempo para regresar a cambiarte de ropa. Vuelves al apartamento y y tal como sospechaba tienes que cortar los cordones de los zapatos porque limpio, solo encuentras un pantalón estrecho que te queda arriba de los tobillos, y por otro lado la camisa parece recién haber salido del galillo de un vaca porque esta tan ajada que más bien parece la vieja frazada donde duerme el perro.
Sales de nuevo con tu atuendo extravagante. Con la diferencia que ahora si llueve intenso. Hechas a correr enseguida para no mojar los papeles que llevas bajo el brazo, pero apenas avanzas un par de metros y un dolor punzante te detiene a mitad de calle. Al parecer debido a la evidente inactividad física acabas de provocarte en la cadera un desgarre del nervio ciático. Llegas cojeando a la caseta de espera, buscas refugio bajo el techo metálico, aunque rápido te das cuenta que fue mal idea porque el olor a orines allí es tan penetrante que te marea como si estuvieras absorbiendo una ráfaga cloroformo, además tirado sobre la baqueta hay un borracho con una bomba de mocos que le cuelga grotescamente desde la nariz hasta el suelo por lo que retrocedes aterrado. La imagen es repugnante, al grado que tú estomago desentonado por los tragos de la noche anterior, da un vuelco total y tienes que hacer un esfuerzo sobrehumano para no vomitar en el acto.

Viene el autobús “ufffff” es un verdadero alivio. Imaginas sentarte tranquilo y cerrar los ojos mientras el aire acondicionado te relaja a su antojo. Subes y allí te das cuenta que el cambio de pantalón fue tan vertiginoso que dejaste olvidada la cartera. No traes un peso encima. El chofer ni siquiera acepta tus disculpa y te dice con tono más apurado que comprensivo– avanza chico, eso si no te quedes aquí en la entrada hee-. Das las gracias con toda sinceridad pero entonces te vienes a dar cuenta que el bus va a tope. No cabe un alma más. A trompicones avanzas entre la multitud que se mueve de un lado a otro tambaleante al compas de los movimientos del bus que torpemente esquiva los baches del pavimento y al final de todo encuentras un pequeño rincón disponible. Te acomodas como puedes, pero no ah pasado ni dos segundos cuando una señora te da un tremendo empujón que casi te hace irte de bruces contra la puerta de de salida porque te le has parado encima de un enorme callo que sobresale entre la reluciente sandalia color rojo. Te disculpas con una sonrisita tímida, después te aprietas hacia el fondo como buscando protección de la vieja ordinaria pero no sabes que sea mejor, pues el aire acondicionado está apagado y el vapor que sale de la muchedumbre es insoportable ya que la mezcla de olor a sobaco, revuelto con verijas y perfume barato, acrecienta el sofoco como cuando la presión está a punto de elevarse al maximo. No obstante, te consuela saber que en la doce avenida bajara la mayoría de los pasajeros. Pero no es así. Al llegar a la doce avenida no baja nadie. por el contario, suben dos viejitos en silla de ruedas, por lo que los ocupantes de los asientos para discapacitados, tiene que levantarse y entrar a formar parte de la pelota humana que sudan a chorros en medio de las protestas y los empujones.

Es demasiado. Sientes que no puedes más pero quizá en la diecisiete avenida bajan unos cuantos pasajeros. De nuevo te equivocas, es mas el bus pasa de largo pues nadie hala el cordón que indique una parada lo cual significaría para ti un pequeño respiro. Por fin en la veintisiete avenida queda casi todo el autobús vacio y justamente en ese momento se enciende el aire acondicionado. Sientes que para ti se abre un pedazo de cielo. Respiras hondo, más bien suspiras emocionado, te sientas en los últimos asientos y por fin decides que vas a llamar a compañero por teléfono para decirle que te aguante un poco y te de un aventón al trabajo, pero nada, el celular no tiene carga ni para ver la hora. Entonces cierras los ojos y te adormeces un poco intentando olvidar la creciente pesadilla, no obstante al cabo de unos minutos sales de tu confort momentáneo porque algo insólito está pasando. Ocurre, que en el techo hay una semejante gotera y las gotas caen justo encima de la bragueta de tu pantalón dando así la certera impresión que te has hecho pis encima y, no solo eso, sino que también el asiento donde te sentaste sin ningún tipo de precaución ya estaba mojado haciendo la situación más agravante porque quizá hasta pueden pensar que tienes diarrea. Sientes que vas a explotar de un momento a otro, pero ya estas cerca de la casa de tu compañero; aunque nada te había preparado tampoco para tal decepción porque su auto no está afuera del garaje, eso indica que ya se fue de casa y por experiencia sabes que a esas horas ya debe estar concentrado en los informes que ambos tenían que presentarle al jefe esa mañana. Entonces allí mismo decides regresar a casa de una vez por todas, ya a estas alturas te da lo mismo hasta llegar a perder el trabajo, por lo cual decides bajar en la próxima parada.

La bajada es toda una odisea, con cuidado pones un pie al borde del autobús y vacilas para bajar el otro al suelo porque a causa del dolor en la espalda tienes la impresión que vas a resbalar sin remedio porque como si fuera poco encima de tu descontrol descubres con incredulidad que te pusiste al revés el par de zapatos nuevos, así que no sabes que hacer en ese momento hasta una voz burlona te obliga a moverte rápido “Apúrate meón” grita el inconsciente desde el fondo y de inmediato estallan las carcajadas de los presentes incluso del chofer que un principio te pareció un tipo integro. Por fin bajas haciendo equilibrio y te quedas pasmado viendo la gran cantidad de autos que se cruzar la calle en sentido contrario. El tráfico es fatal. Al parecer el semáforo de la esquina está funcionando mal, de manera que los conductores atascados en la enorme fila optan la posición del más fuerte. Aun así decides cruzar. Pues no tienes opción, total que más puede pasar en un día como ese y sobre eso supones que vas a conmover a los automovilistas con la terrible apariencia de anciano derrengado. Pero no es así, al mismo tiempo que comienzas atravesar el desorden de bocinas y frenazos que surgen en diferentes direcciones, empiezas a escuchar todo tipo de improperios que mellan directamente tu dignidad familiar, pues los insultos van desde “hey vos pendejo que te has creído?” pasando por “oye concha tu madre”, hasta “ñoooo, cojones, asere que volada contigo?”
Por fin logras cruzar la avenida. Y de la tremenda frustración, pasas a una furia ciega contra todo y todos, así que decides que no vas a esperar el otro autobús sentado. Es una forma de auto castigo. Aunque ya pasado dos horas parado en la misma posición como si fueras la estatua de un mendigo, pierdes el control y sientes ganas de mandar todo a la mierda. Y hasta allí y, después de tantas peripecias caes en cuenta que los autobuses ese día no corren de manera normal porque simple y sencillamente ese día, ese un día festivo.
Carlos. Escamilla.

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