martes, 3 de septiembre de 2013

El Entrenador

Por : Juan Ramón Martínez
A Israel Flores (Cacho), el mejor jugador que conocí en Olanchito
Jugaban los jóvenes atletas, estudiantes del colegio “Francisco J. Mejía”. Aunque la ciudad estaba bajo la influencia estadounidense, cosa que se notaba en las palabras en inglés que habían entrado a trompicones, arrinconando al suave español de los mayores, el beisbol no había prendido entre la juventud. “Es una venganza contra el imperialismo”, decía cada que se emborrachaba, Lisandro Armijo en el estanco La Salud.
 El fútbol, la pelota como la llamaban los mayores, les congregaba en el campo engramado de forma natural por las lluvias suaves y constantes, era la actividad en donde todos se congregaban, por las tardes, inmediatamente que terminaba la jornada estudiantil de cada día hábil. Un viernes jugaban, dos grupos, integrados en la cancha, sin más criterios que el numérico: once contra once. Las muchachas, muchas novias de los aguerridos jugadores que disputaban el balón y los espacios para disparar contra las puertas contrarias, gritaban animando a Lalo Durán, obligado portero, casi imbatible; o a Rigo Zúniga recio defensor al que le temían los delanteros contrarios; o a Enrique Noriega, colérico y pendenciero que siempre terminaba peleando con alguno de los hermanos Víctor o Rubén Berrios; o con el árbitro que voluntariamente se exponía, cuando sus decisiones no satisfacían a su equipo, a ser víctima de sus improperios, mentadas de madre, ejercicios de elevada vulgaridad y mala crianza. El juego era tan intenso y apasionado que nadie, vio llegar al extraño con pinta de extranjero

Vestía pantalón blanco, camisa blanca adornada con verdes palmeras cubanas, el cuello abierto que dejaba ver un pecho poblado de bellos hirsutos, resollando una virilidad ruidosa; pero sin comprobación. Un cinturón rojo, que le sostenía el pantalón de lino de exportación. Era casi pálido, un “payulo” le dijeron después, en comparación con los trigueños habitantes de la ciudad. Calzaba unos zapatos desconocidos para todos: la punta roja, el cuerpo blanco y la parte final, la talonera, igualmente roja. Sobre la cabeza, un sombrero blanco, de ala paja sobre la frente; y una cinta roja cubriéndole el centro. Era todo un dandy que vestía, a la moda –como la gente de La Ceiba-, ciudad a la cual se distinguían sus habitantes, por su modernidad en el comer y en el vestir, su  manera de bailar y la forma de hablar un inglés sureño, incluso cuando discutían airadamente. Muy pocos le prestaron atención. Pero al final, cuando “la oración empezaba cubrir los últimos rayos del sol”, Beto Rodríguez que reparó en su figura al abrirse paso hacia el círculo compacto de los atletas, le preguntó: aja míster; y como le han parecido los muchachos.
Pues vea, respondió después de carraspear un par de veces en el ánimo de darse importancia, “se nota que juegan al fútbol a pura intuición, con más fuerza que inteligencia, usando más el pulmón que el cerebro, sin mayores conocimientos tácticos o estratégicos, cosa que es comprensible porque nunca han tenido un entrenador que los prepare”. Parece usted muy enterado de estas cosas le dijo Rodríguez. “Es que soy el entrenador del Club Deportivo Vida, el más importante de La Ceiba que, usted sabe, más adelantada, en estas cosas, que Olanchito, me perdona, concluyó agachando la cabeza.

Ahora entiendo le dijo Rodríguez, con evidente respeto. Se trata de un entrenador pensó. Y no le debo llevar la contraria. Además, viene de Ceiba. Recuperándose del descubrimiento, le siguió diciendo: Y le ha llamado la atención alguien entre de los jóvenes. Si, fíjese que sí. Aquel, le señaló con el índice derecho, por alto, cuerpo elástico, que corre moviendo toda su estructura física, es veloz por sus largas piernas; y, debo reconocer, que es el más inteligente de todos los jugadores que he visto esta tarde. Sí, tiene usted razón; y fíjese que es uno de los líderes estudiantiles más esperanzadores, estudiante de las mejores calificaciones, orador de finos hallazgos y un escritor de versos todavía elementales; pero prometedores. Aquí viene le dijo al entrenador.
Se llama Antonio Martin. “Oíme voz le dijo, tenés pinta de buen jugador; si te pones en mis manos, te venís a La Ceiba, haré de vos el más famoso jugador federado de todo el país. Y la fama te permitirá dinero, mujeres y buena vida”. Los demás, compañeros suyos que a su lado se ponían sus ropas, dejando en el suelo sus sudadas prendas deportivas, mientras las púberes novias le daban agua a cada uno de sus novios, reaccionaron con atención ante lo que parecía una propuesta que nadie en su sano juicio, podría rechazar. Ante el silencio de Antonio Martin, lo incriminó con cierta actitud diciéndole: “Que me respondés”. Martin levantó el rostro con desgano. Lo volvió a ver con estudiada indiferencia; y le respondió: “No tengo interés en ser jugador de fútbol, juego para estar con mis compañeros y para que mi novia me aplauda y me quiera más”. “Y entonces qué es lo que querés ser en la vida? mostrando disgusto por lo que creía era un desaire. Abogado y escritor, le respondió el alto y arrogante jugador. El entrenador mostró su desilusión y disgusto por la forma con que le había respondido el jugador que él creía que iba a conmover con su propuesta. Escupió agresivamente sobre la grama maltratada. Recuperándose le dijo: ¡Bah! Con evidente menosprecio. Dio la vuelta y se perdió en la parte más obscura de la cancha. La gritería continuó.

Al paso del tiempo, Antonio Martin se volvió el escritor más famoso del país. Y del entrenador, cuyo nombre nadie recuerda, solo ha sobrevivido mezquinamente en los espacios marginales de la memoria, en esta historia que me contara el famoso escritor, una vez que le entrevisté para cumplir una tarea universitaria impuesta por el profesor de redacción de la Escuela de Periodismo. Y por la que me gané el derecho de no presentarme a los exámenes finales, en una clase que todos mis compañeros aborrecían. No por los contenidos exigentes, sino por el sarcasmo y las ofensas del torvo profesor argentino que creía que había inventado las reglas de la sintaxis para escribir bien en español. Y que menospreciaba a sus alumnos. Que a cambio, le odiaban con paciencia dedicación y gozo clandestino, sin tiempo límite.

Dar click en el titulo de la noticia para comentar con tu cuenta de Facebook,Twitter,ó e-mail..puedes usar los botones de abajo para compartir en las redes sociales
Related Posts with Thumbnails