viernes, 5 de abril de 2013

Muerte sobre el piano

Por ; Mario Berríos
 El lobby del Hotel H lucía sus mejores galas, lujosas lámpara y luces de fondo le daban un aspecto formal. El auditorio se mostraba impaciente. En las mesas —cuidadosamente adornadas— flanqueadas por cuatro sillas cada una, los asistentes esperaban impacientes el inicio de la velada musical. Guadalupe había promocionado el acto con cantantes de voz angelical y pianistas, de esos que ponen el punto al gusto del oído con notas excelsas, canciones famosas y teclado de fondo, como lo hacen los grandes de la música clásica.


 La noche era soñada, para beber el trago preferido al compás de las notas sacadas por los dedos de un pianista y la voz privilegiada de una cantante. Según dicen, cuando Guadalupe escuchó al pianista por primera vez le fascinó tanto que se hizo la promesa de llevarlo a su próxima actividad cultural. Por supuesto le dio un adelanto en efectivo durante cierto ensayo; él como padre solidario entregó a su hijo algún dinero. Llegaron al hotel a 6 pm con la intención de realizar un breve ensayo antes de la presentación formal. “Dos infartos me han sorprendido”, confió antes del inicio a Antonieta Máximo, su compañera de acto esa noche. Más tarde, como a las 7 pm, mientras llegaban los invitados el pianista comenzó a narrar chistes a algunos asistentes y recordó anécdotas de la profesión. Luego, con otro amigo empezó a colocar instrumentos y en pocos minutos Guadalupe daba comienzo a la actividad. El esperado acto comenzó a las 8 p.m. con una charla cultural de aproximadamente quince minutos.


 Bajo la luz tenue de su espacio, un caballero de elegante estampa yacía sobre el piano, sus manos elevaban notas desde el fino marfil del aparato musical. Vestía elegante—camisa color marrón, pantalón beige oscuro y zapatos café—, aun sin llevar su acostumbrado saco y corbata en tonos oscuros. Su aspecto delgado y labios finos contrastaban en su piel de matiz aceituno. Y sus enormes ojos verdes bajo aquel cabello entre canoso y colocho, suelto, dejaban entrever aquellas manos de dedos largos, propias de un pianista. ¡Ah!, tenía un lunar en su rostro
 El pianista y Antonieta Máximo, a las 8.15 en punto, como suelen ser los artistas, comenzaron a encantar al público. Lo deleitaron con La Bikina, después Flor de Azhalia. Las notas del piano, suaves y bajas seducían el gusto de los más exigentes. No se trataba de aquella bulla musical que suele escucharse de ambiente en muchos restaurantes, no, eran melodías de ambiente agradables al oído. Antonieta le puso salsa y pimienta a la función al interpretar Bésame mucho.


 El público aplaudía y pedía otra. Entonces de seguido, a guiño con el pianista, cantó Solamente una Vez. la concurrencia continuaba eufórica. —¿Estás enamorada Antonieta? —preguntó una de las espectadoras a la artista. —No, ¿sabes qué pasa? —respondió—. Puse toda mi imaginación cada vez que pronunciaba una palabra, me entregaba en cada nota de mi pianista. Los invitados debieron notar la pasión con que el pianista había acompañado a la cantante Antonieta Máximo. La tragedia estaba por llegar. Siguió el pianista, esta vez solo, interpretando Yesterday. Quien le había escuchado tocar el piano antes y cantar esa canción, sabrá que esta vez la entonó con una intensidad y armonía sin igual. El público estaba contento, muchos se levantaron para aplaudirlo. Sus ojos brillaron intensamente desde aquel rincón en la penumbra como dos luciérnagas titilando en la oscuridad.


 Entre el espacio de una canción y otra, un señor de origen alemán cuenta su encuentro con los Beatles cuando comenzaban su grupo. Y una abogada, sentada en las últimas mesas, comenta: —Se durmió el pianista… Pocos podían observarlo por la distancia y debido a la opacidad del ambiente. Nadie podía verlo con claridad por la posición que él estaba, era difícil darse cuenta de algo extraño, lo que si notaron los espectadoreses que las notas se fueron apagando y el cuerpo se ladeaba poco a poco. ¡De pronto alguien grita! —¡Un doctor! Dos personas levantaron la mano. ¡El doctor Chang corrió a brindar los primeros auxilios!; al pianista le faltaba el pulso. Sin signos vitales, tristeza en sus ojos y el despecho de no terminar la velada, el pianista Juan José Smith dejó de respirar a las 8.40 pm de esa noche, no como había vivido, solitario y en una buhardilla, sino haciendo lo que amaba, rodeado del público, a quien un artista se dedica a deleitar durante su vida.

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