lunes, 16 de enero de 2012

Seguridad ciudadana, como maxima expresion

Por :Mario Berríos En una sociedad convulsa, donde a diario sectores pugnan y conspiran contra el Presidente, fácil es imputarle hechos o arrancarle pedazos de tela de su ropa, y por qué no decir, tajos de su cuerpo, a cuenta de restarle méritos —por deporte o a cambio de cuotas de poder— a su gestión. La seguridad ciudadana, como máxima expresión de los anhelos de la población, tiene como estandarte a una policía, donde existen muchos buenos, vilipendiados sin cesar (los malos, ya se sabe, merecen castigo). Justo es, en estos momentos, poner los ojos en los bienintencionados que los educadores y padres le han entregado a esa institución. Para esos responsables funcionarios de uniforme, prudentes, trabajadores de sol a sol, garantes, reflexivos acatadores de los mandatos y leyes vigentes, su rostro y espalda ha soportado cuanta basura han podido echarles. Dar click en LEER ARTICULO COMPLETO o en el titulo de la noticia para comentar con tu cuenta de Facebook,Twitter,ó e-mail..puedes usar los botones de abajo para compartir en las redes sociales Viéndolo bien, a un Comandante, como el actual, o al Ministro de Seguridad, nada les costara cerrar los portones, poner candado desde fuera e irse tranquilamente a sus hogares, donde los espera una familia, seguramente también denigrada. Para ellos la tarea es grande. A diversos sectores sociales y jefes de policía les corresponde delinear la estrategia de librar a la institución, para beneficio colectivo, de los malos funcionarios, los que utilizan el puesto y el uniforme para delinquir. Públicamente ha quedado evidenciado que la actual cúpula policial se esfuerza en cumplir muchas metas, incluyendo la depuración, sin embargo, a los toros de la corraleja quieren verlos destazados aquellos que jamás han librado una batalla como la de policías en las calles, donde se baten a diario. A los funcionarios honestos de uniforme azul (aquellos que siempre han vivido de su paupérrimo salario, normalmente lejos de sus parentelas, han portado un uniforme raído y armas antiguas y defectuosas, no le disparan a los ciudadanos por la espalda y cumplen la ley) les ha tocado la envidia de quienes piensan que ellos deben ser muertos de hambre, el odio de víctimas, rara vez enfilados sus arcos contra los verdaderos autores de crímenes, asimismo la ira de los contarios al gobierno, que ven, en esa institución, a través de la mira telescópica del arma, la diana a la cual deben dispararle. Y a todo esto, ¿dónde están los amigos y familiares de los buenos?, rara voz y escaso murmullo se escucha en favor de la vela de esa destrozada barca ocupada por insignes, enaltecidos y héroes anónimos. El pan que hoy quieren arrebatarles de su boca a esos obreros de la protección, incluye a madres, esposas y niños, por desgracia a esos familiares también ha de canalizarles sangre la agresión sagaz de idealistas y autores de los ataques más brutales y feroces, de los “puros”, quienes con sus malsanas intenciones —en contra de los buenos—, propiciarán más desgracia de la detestada por ellos. Como premio por la segura matanza de la moral y el honor de los bienhechores, al rebaño de puritanos, pistola y sablazos en medio del rebaño de los buenos, se les permitirá enriquecerse con miles de dólares y euros para librar esa lucha. ¿Cómo no haber encono contra una institución de este tipo? Para quienes alegan que el Estado ya no tiene el control del territorio, me gustaría que me enseñaran dónde está la guerrilla con territorio dominado, o las bandas con una parte del territorio cercenado. Estamos frente a un pernicioso juego de palabras, falsos y malos argumentos, ¡más peligrosos que 120 sicarios vestidos de uniforme! Por supuesto es necesario depurar a la sociedad, a los entes de justicia: Fiscalía, Policía, Jueces, administración pública, políticos, sector educativo e, incluso, la iglesia. Y solo cuando la sociedad aporte mejores hombres a estas instituciones serán más efectivas. La institución policial no solamente resiste los cañones, colocados a un centímetro de su pecho, de varios medios, organismos y personas, también de los criminales, por el otro flanco. Es tan próxima la ofensa, a su pecho, de las bocas de los cañones, que la respiración los roza; truenan asesinas y venenosas sus sátiras, vomitando plomo sobre ejemplares hombres de ley. La primera barrida de los bienintencionados contra los señalados en actos reñidos, fue de casi 50, la mitad oficiales; la segunda remesa, de otros 50, en cuenta unos 12 oficiales, incluso de alta graduación. Queda pendiente, según el sentir y pensar de los buenos, un tercer vagón, de mediodía —no por presiones sociales, si no porque, según se sabe, es un proyecto acordado por nuevas generaciones desde hace 8 meses—, calentando rieles desde los pasillos de la DGIC hasta la calle más próxima, luego otro cargando una constelación de estrellas y soles, con cualquier destino. Si se ponen en disponibilidad o separan a ciertos uniformados, está mal, si se van otros, igual, no están bien con Dios, con el Diablo, ni con su propia conciencia. “No se van a tocar ellos mismos”, han dicho voces. Hoy que muchos se han ido: “No, es mentira”, alegan. Si se van otros, “No, son chiquitos”; lanzan el dardo sin conocer el tema. Y cuando se van grandes, “No, sólo es para calmar”. Los escépticos insinúan debilidad, inoperancia y, en el peor de los casos, fechorías en cada uniforme, luego se expresan con ironía y desprecio. Ven con aire de triunfo la paliza indiscriminada contra la institución policial, incluyendo a los buenos, ¡persisten tercamente en su error! Ramírez, Orellana y el resto de comandantes —han interpretado el sentir y pensar de los buenos desde hace años— no responden a nadie las falacias e insultos, no discuten, callan y trabajan sin réplicas con miras a cumplir su plan de adecentar la institución, concebido desde antes de la crisis porque advertían el colapso. Y mientras se burlan de ellos con vociferaciones y libelos, en medio de esa tormenta de presiones, no perdamos de vista que, cuando explote el pesado camión del país, y se destroce en mil pedazos, nadie encontrará la mano de los agraviadores del honor y el sistema, para recuperar sus piezas. Los autores del atentado callarán, en tanto, heroicamente, aquellos de quienes hoy se mofan, ofenden y tienen por sus enemigos, serán los únicos que acudirán a apagar el fuego y auxiliar a los heridos y muertos, como se ha evidenciado en épocas de crisis nacionales.
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