domingo, 11 de septiembre de 2011

Cine en Honduras

Por : Mario Berríos
El cine en nuestro país se afianza a paso seguro, por mérito propio, fiel al estilo latino, quizá a falta de recursos, diferente EUA o Europa, donde el incentivo para el inversionista ha sido estratégico y, por ende, vital para el desarrollo interno de esas naciones. Y es que el séptimo arte proyecta costumbres, idiosincrasia, problemas, historia, moral y sueños de un pueblo. Desde las primeras producciones catrachas —Mi Amigo Ángel, de Sami Kafati (1962), El cuerpo repartido y el mundo al revés, ficción/largometraje (60 minutos, 1976), de Raúl Ruiz y Sami Kafati y No hay tierra sin dueño—, hasta la década de los 90 —con Voz de Ángel, cortometraje de ficción (18 minutos 1988, guión de Francisco Andino); De larga Distancia, cortometraje (15 minutos, 2000); Anita la Cazadora de Insectos, largometraje de ficción (1:36 minutos, 1999), guión de Hispano Durón; Deseo, cortometraje experimental (5 minutos, 1999), a guión de Carlos DeMatteis y Katia Lara—, el crecimiento ha sido esporádico, lento, vacilante, con innumerables trabas y obstáculos. Comenzando en los 60, hasta el 2000, se observa un largo recorrido de cuarenta años, marcado más por el deseo de pocos visionarios, ímpetu, producción en soledad, sin apoyo firme y decidido de gobiernos, escaso presupuesto y sin recursos técnicos.
A partir del año 2000, el camino de la producción audiovisual hondureña no ha variado mucho. A la zaga del cine centroamericano, ha continuado avanzando a pasos cortos, vacilantes, más esfuerzo que recursos humanos, técnicos y logísticos, sin levantar —eufóricos— de sus butacas a los amantes del cine, menos encantar a los críticos en los pocos festivales adonde se ha asistido. Sin lugar a dudas ha influido el hecho de que la mayor parte de las producciones no contienen suficiente acción, drama o humor esperada por los espectadores, estilos mayormente aceptados por los diversos públicos a nivel mundial. De hecho los argumentos principales en los guiones han sido de índole social, el diario vivir y lo cotidiano, temas que han permitido a productores, directores y actores formar una base interesante a partir de sus experiencias iniciales. Sin embargo el interés de los productores va en aumento, han logrado mayor acercamiento, confianza y satisfacción del público, asimismo con las empresas de salas de proyección de cine, quienes caprichosamente en ocasiones han puesto enormes dificultades a cintas nacionales. Desde lograr el sueño de ver una producción hondureña hasta el presente, cuando al menos una vez al año de escucha acerca del talento de compatriotas, el ciudadano comienza a llenar salas motivado por el interés y la curiosidad. Queda mucho por hacer, el reto es grande, porque saltar a las salas de cine extranjeras debe ser un reto de los productores nacionales, escasos, pero con enorme voluntad, eso ha sido evidente, ese fervor ha quedado plasmado en cada entrega audiovisual.

Desde sus inicios hasta el presente año, han seguido las producciones Historia de Camposanto, cortometraje de ficción (15 minutos, 2002); No te Cruces, cortometraje de ficción (10 minutos, 2002); Adelante Muchachas, documental (60 minutos, 2004), sobre cuatro adolescentes que comparten la pasión por el fútbol y sueñan con un futuro mejor; Corazón Abierto, Documental (40 minutos, 2005); Poseídas 1 (2007) y Angelina (2008), de Katia Lara; Unos pocos con valor (2010), Ismael Bevilacqua, Douglas Martin y Mario Berríos; Los brujos de Ilamatepeque (2010), de Danilo Solís; Poseídas 2 (2011) y Arriba las mujeres.

Como precursores de la filmoteca catracha se menciona a Sami Kafati, Fosi Bendek y Napoleón Pineda, en mi opinión en ese orden les sigue Katia Lara, quien aparece en muchas producciones cinematográficas. Estas personas han logrado darle identidad e inculcar valores a nuestra sociedad, promocionar nuestras costumbres, playas, riquezas naturales y el arte, porque el cine logra eso y mucho más.

En la actualidad hemos comenzado a ver otros recursos técnicos en las filmaciones, tecnología de bajo costo y cierta apuesta del sector privado, que en años anteriores se estancó, tal vez porque cierto día apareció —y esto debe formar parte de la historia fílmica hondureña— un director extranjero filmando una película en nuestro suelo, en particular en la Zona Norte. Prometió promover al país, a la ciudad, el turismo, lugares, playas, ¡todo saldría en escenas!, ¡los actores filmarían a lo largo y ancho del territorio!, ¡se harían famosos y llegarían a conquistar Hollywood! Ese productor vendía los puestos para actuar de principal, en papel secundario, doble y bulto (relleno o de gato). El que deseara actuar de galán debía asegurar su rol, para citar un ejemplo, con 10 mil dólares, aquí corrieron varios empresarios, particularmente de Tegucigalpa y San Pedro Sula, a poner dicha suma en la mano de los “productores”. Si el galán se iba a besar con la protagonista principal, una rubia de miedo traída de Europa, quien resultó ser una joven bien arregladita de las calles de Los Ángeles, tenía que poner 15 mil dólares en la mesa, ahí está todavía vivo —el empresario a quien denominaré “R”— quien corrió a poner el dinero. Quien únicamente tenía 5 mil dólares a la mano debía conformarse con el papel de motorista en la cinta. Después se necesitaba otra “estrella”, joven o viejo, que se acostara y filmara un par de escenas eróticas con la misma “modelo de las pasarelas europeas”, con álbumes mostrados de sus “logros”, éste debía poner 25 mil dólares. Cuentan que ése galán ya no vive —de iniciales “A. M.”—, tenía sus cuantos años, un poco avanzado en edad, digamos, y recientemente falleció. Después de la recogida del efectivo en dólares, periodistas, público y espectadores no volvieron a saber de esos productores internacionales. Detalles como el señalado pueden haber erosionado la confianza del inversionista nacional, en detrimento de nuestro séptimo arte.
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