domingo, 12 de junio de 2011

La promesa constitucional

Por :Dionisio Romero Narváez
Cuando un ciudadano, ungido por la voluntad popular o por nombramiento legal, llega al desempeño de un cargo público y presta la PROMESA CONSTITUCIONAL, no sólo compromete su palabra y su honor, sino que contrae seria responsabilidad ante las leyes de la Nación y ante el supremo tribunal de la conciencia pública.
Y si el respeto a la palabra empeñada en la virtud característica de la entereza moral del hombre, qué significación más alta puede tener que en la promesa solemne que un ciudadano hace a la patria?
Quienes han violado esa promesa, quienes han ultrajado la República a la cual juraron fidelidad y quienes se han burlado del pueblo que confió en ellos, han descendido a la escala más degradante en el orden político y su honradez personal queda al margen de la ética social.

Una de las prácticas más funestas del nazifacismo fue el empleo de la mentira útil, en la persecución de sus conquistas sangrientas. El desprecio a la palabra empeñada y la burla cínica de los tratados suscritos, fueron métodos infamantes que sirvieron en mala hora para la opresión de pueblos y para ultrajes ignominiosos a la sociedad.

De esa artimaña miserable se han valido los políticos sin conciencia para traicionar, desde las alturas del poder público, la buena fe de los pueblos y convertirse en dictadores despóticos con la arbitrariedad de sus actos y la falsedad de sus palabras.
Dentro de la lenidad convencional de las relaciones sociales, las faltas contra el honor de la palabra empeñada tienen la sanción que nulifica el crédito moral de quienes incurren en ellas; y dentro de los rígidos moldes de las leyes jurídicas el perjurio es un delito grave que se pena drásticamente.

Si en el aspecto social la PALABRA DE HONOR define el carácter de un hombre, en el aspecto político la PROMESA CONSTITUCIONAL lo abarca en su doble condición de hombre y ciudadano. De manera que quien no respeta ese requisito esencial, se desacredita ante la sociedad y las leyes, significándose como individuo sin honor, sin palabra y sin responsabilidad moral.

Se escarmienta al perjuro vulgar que falsea la verdad en el juicio de un delito común pero no se repara en la forma que debería hacerse ante la felonía de quienes pisoteando la promesa constitucional se burlan de las leyes y ultrajan el honor de la Nación.

Que garantía puede ofrecer el ciudadano que viola la promesa constitucional?

Quien puede fiarse en la palabra de un hombre que quebranta el juramento que hace a la patria?


Y sin embargo, es tan cínica la perfidia de los transgresores del mandato constitucional, que sobre la volubilidad de sus palabras, aún se atreven hablarle al pueblo que traicionaron, con promesas que nunca cumplieron y que jamás cumplirán.

Editorial del Semanario Patria, Olanchito, Yoro, 6 de febrero de 1947

Anales Históricos 12 junio, 2011
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