miércoles, 8 de junio de 2011

Ex pandilleros y ex policías

Por: Mario Berríos
Décadas han transcurrido desde que he alternado de cerca con temas de pandilleros y policías. Será coincidencia, no lo sé, pero he visto el mismo patrón de conducta de la comunidad ante los dos grupos sociales, similares ideas, mismas reacciones, temores, particularmente porque se trata de muchedumbres que convivieron con el delito, en las fronteras del crimen. Acaso también por ello son estigmatizados de tal forma que, cuando ya no pertenecen a esa institución, en el caso de los ex policías, o maras, tratándose de los pandilleros, son vistos como delincuentes o, en su defecto, como potenciales amenazas a la sociedad.
Referente a los mareros, miles de ciudadanos son considerados bajo ese calificativo sólo por el hecho de llevar un tatuaje, parece que muchas autoridades jamás se han dado a la tarea de leer un libro sobre las costumbres de otras latitudes, generalmente adoptadas por compatriotas, sin que ello signifique o implique su pertenencia a bandas criminales o que cumplen consignas establecidas en esas redes. La mayoría de ex mareros son personas sin ninguna oportunidad, la misma sociedad les ha negado participar o ser hombres de bien, de activar en el conglomerado laboral, son rechazados de plano, vistos con miedo únicamente por llevar dibujos en su piel. En el caso de los ex policías, su caso es más grave, aunque parezca mentira, porque llevan el tatuaje oculto, particularmente los dados de baja deshonrosa sin haber mediado juicio, únicamente por simples chismes, la mayoría de veces condenados sin derecho a la defensa. A excepción de oficiales de carrera, algunos de mucho éxito en el ámbito empresarial, los ex policías rasos deambulan y tienen escaso apoyo.

Estos grupos siempre han sido tratados con desprecio, sin mediar diálogo, únicamente el garrotazo del desdén gubernamental y social. Por supuesto a lo interno de estas comunidades hace falta educación, ¿cuántos profesionales universitarios observamos entre las filas de las maras o entre compatriotas nacidos en los bordos?, poco o nadie. ¿Y cuántos graduados vemos en las huestes de policías rasos?, igual, poco o nada. No hay programas destinados verdaderamente a cortejar —desde el punto de vista social— a los mareros, como tampoco a los policías, como una forma de prepararlos con miras a un futuro. ¿Dónde están las facilidades que se prestan a los policías para que vayan al colegio o universidad?, más bien en un tiempo estaba vedado acercarse a las aulas. ¿Dónde están los ingenieros que debería producir la institución policial, siquiera para que innoven un modelo de infraestructura básico para todas las postas policiales del país? O, ¿a dónde están los arquitectos nacidos en los bordos, la Rivera Hernández, Cabañas y Medina?, ¡no existe por la desidia social en un país donde todo, para los políticos, es maquillaje! Esos dos conjuntos a que hago referencia, están condenados a morir tatuados, unos como ex mareros y otros como ex policías, sencillamente porque dirigentes gubernamentales e institucionales no ponen sus ojos en ellos (los ex militares no caen en esta cuenta porque ahí ha habido mayor visión).

Desde otro ángulo, a más de una década de haber sido separados más de 300 policías, medidos con la misma vara de la injusticia, aun hoy velan el reconocimiento de sus derechos laborales, la limpieza de sus nombres, luego de ser despedidos de manera injustificada e ilegal. Ellos —adonde sea que van— aparecen en registros con el membrete de criminales, por ello poca oportunidad de trabajo tienen en el medio empresarial. Y no me expreso por personeros de alto nivel, quienes seguramente tienen recursos para sufragarse la defensa de sus derechos, si no por aquellos pobres ex policías honrados que fueron señalados injustamente, sin pruebas —tal vez por investigar a personajes influyentes—, y hoy caminan sin nada que comer, o guardan el bocado conseguido en la calle para llevárselo a sus seres queridos.

Ahí, en las cabezas de ex mareros, todavía puede verse el paso del tiempo, la cicatriz de un dolor, la huella de un amor, la secuela de un corazón marchito, alegría y llanto, fundidos, ¿y qué de sus oportunidades?, poca o ninguna. Al paso que vamos, donde los gobiernos ponen mano sólo por la vía de la extinción, quedaremos con un pequeño porcentaje de juventud, porque miles son los perseguidos, no por ser mareros, si no por haber estado ligados a uno de esos montones. Si bien es cierto muchos son mareros o lo fueron, no significa que pertenezcan a maras, sin duda aquí ha faltado estudio, análisis e investigación científica para individualizar la responsabilidad de cada autor de la comisión de un delito, pues resulta que hoy ex marero es sinónimo de ex criminal, por tanto tienen cerradas las puertas, millares sin haber cometido un delito o, después de haberlo pagado, en cuyo caso saldaron su responsabilidad, pues purgar una pena significa cumplirla y haber pagado conforme a las leyes, por tanto haber reparado el daño moral infringido a la sociedad.

Hasta donde sé, y este es el caso de muchos ex policías, son contratados en diversas actividades del quehacer empresarial, por su disciplina y dedicación al trabajo, laboran más de 12 horas diarias sin solicitar mucho recurso y hacen milagros con sus mediocres salarios. Y en el de los mareros, donde preexiste una increíble veta de artistas, un ministerio de cultura jamás ha puesto sus ojos en ellos, tienen que ser personas del extranjero quienes, en su momento, descubran una pepita de oro o una perla en este inmenso río lleno de tanto lodo.
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