martes, 19 de abril de 2011

Tierra de hechizos y jamos : Olanchito

Por : Mario Berrios
El sábado a buena hora, cuando se dice que ya cayó el sol, hubiera deseado agarrar camino, con varios paisanos, hacia nuestro querido Olanchito. La experiencia, igual que otros años, habría sido fascinante. Olanchito, mi terruño, nuestro suelo Comejamo, es una tierra rodeada de hermosos picos montañosos, bañada por el Aguán y asentada sobre un valle donde, cuando amanece o cae el sol, intensas sombras de sueños, trabajo, misterio y canto a la vida, envuelven a su población.

Para los olanchiteños no importa viajar en tren, avión, goleta, volando, carro, carreta —de caballo, cabros o bueyes—, bicicleta o, ya de perdidos, a pie, para disfrutar del carnaval. Ver el inmenso iguanidae que ha crecido mucho, ya a 23 años de existencia, es una experiencia sin igual. Ese magnífico herbívoro es sacado de su cueva, donde permanece todo el año, para ser exhibido por las calles, normalmente desde la entrada de la ciudad hasta el parque. En ese recorrido, el tremendo animal otea a uno y otro lado, muestra sus pezuñas, mueve su cola y arrastra su cuerpo con altivez, como si sonriera a la vida o riera de algún cuento narrado por los asombrados seguidores.

Nuestro Carnaval del Jamo es una festividad anual, la gente se despierta con una alborada, continúa con un programa de actividades, come iguanas, huevos, en una variedad de platos exquisitos que nuestras expertas en cocina se han ingeniado a lo largo de la edad del jamo. Lo sirven rostizado, en consomé —para recuperar fuerzas, especialmente los recién casados, deportistas, ancianos o anémicos—, en casamiento, con arroz y frijoles hechos con leche de coco, plátano verde o maduro y yuca cocida o frita, sin faltar los huevos. Su carne, de sabor parecido al pollo, es suave y deliciosa. Degustar un huevo es un arte, cubierto por una membrana, el consumidor debe romperla con los dientes, hacer una pequeña abertura y chupar el contenido con delicadeza, sin llegar a chupar los dientes, únicamente succionando suave hasta obtener el contenido del huevo. Se cree que una cuota de tres bolas en esta época, cuando los jamos están en su punto por el alimento, clima y sol, proporciona vitalidad para tres años.

Durante el desfile, normalmente por la tarde, con el enorme jamo al frente, encabezando la parada, el público que viaja desde el interior del país, el extranjero y la misma población, observan y aplauden al paso de las carrozas adornadas por la reina, cortejada por agraciadas mujeres, bandas marciales, exhibición de caballos trotones y de paso, cuatrimotos, motocicletas, carretas, carros último modelo y otras novedades. En el transcurso del evento, bellas muchachas hacen demostraciones de destreza en el dominio de su caballo, ataviadas con un sombrero, pañoletas y vestidas de yines y botas. Por su parte los jóvenes lucen sus ejemplares, criados desde el valle arriba, Santa Bárbara, hasta el valle abajo, por Juncal y Sabá. Por supuesto se expresan mensajes durante la celebración, alusivos al medio ambiente, cría de ganado, a la producción, conservación y protección del jamo, el desempleo, control y prevención del VIH, lectura, poesía y narrativa.

Entrada la noche, los habitantes desempolvan y planchan su mejor mudada para asistir a la calle principal —y alrededor del parque—, donde el carnaval se convierte en un mar de personas. Los conjuntos musicales se turnan, truenan los parlantes y voces en una esquina, luego en otra, en cadencia musical. Apostados en las vías, testigos y bailarines se mueven al ritmo de la música, fundidos en la algarabía provocada por el merengue, la salsa, calipso, punta y reggae.
Pero, entre las cosas más importantes para un visitante, es sostener cualquier conversación con un nativo de nuestra tierra, entonces escuchará o verá, respectivamente, el canto proveniente de lo profundo de la tierra, el murmullo de fantasmas, los diálogos entre duendes, el lamento de una bruja, herida por el flechazo de un cazador nocturno, ¡el grito desde la oscuridad!, ¡la sombra de un espanto!, el ruido de las cadenas de una carreta del demonio que cruza a medianoche, el canto de un gallo, la risa de un personaje siniestro, la ocurrencia de tantos cuentistas. Por ejemplo, oirá sobre la historia de las almas dentro de la iglesia, los perros endiablados del pactado Sixto Quesada, los acuerdos de mi abuelo con fuerzas del más allá, de los brujos que, convertidos en personas, vuelan desde las montañas para acompañarnos en la feria, o las hechiceras convertidas en chancho o perro.

La magia de Olanchito es inagotable. El turista ve y escucha, como si observa in situ, al venado sagrado, al hombre desconocido que llega a la fiesta desde un lugar oculto, escondiendo sus pezuñas y cola con un gabán negro, la sucia, el cadejo, las maravillosas historietas de Cuné, el mago que aparece animales y hace presentaciones agoreras, el bejuco que pierde al poblador en el cruce de un camino, la mona que se le monta al jinete de mula al pasar por un sitio embrujado, la romería de los muertos en el cementerio, el jamo sagrado de la montaña, los difuntos que tocan a las muchachas a medianoche, el tesoro escondido en una cueva, los secretos para que el muerto pueda vengarse desde el más allá, claves para tener amor y fortuna, la lechuza lanzándole piojillo a su agresor, el roba niños que sale a medianoche para llevarse a los malcriados y desobedientes con sus padres, el lago encantado en la cúspide de Pacura, donde se dan todas las frutas y llegan a abrevar los venados encantados cachos blancos y colas rojas… Así, mi Olanchito seduce.
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