domingo, 3 de abril de 2011

En recuerdo de Miguel Pineda Rodríguez

Por: Juan Fernando Ávila P.
Cuando los amigos y coterráneos que le prodigamos verdadero afecto, aún alimentábamos esperanzas de una providencial y definitiva recuperación de su salud quebrantada por estados depresivos recurrentes, y creíamos volver a escuchar sus ilustradas disertaciones articuladas con citas en francés, que fue uno de los idiomas que logró dominar con exquisita fluidez, la inesperada noticia matizada de perfiles insólitos, llegó y me conmocionó de manera profunda y entristecedora: “Miguel fue encontrado muerto en la habitación del hotel donde vivía”.

Nosotros que ocasionalmente le encontrábamos caminando, como fue su costumbre, por el Paseo Liquidámbar, y nos quedábamos compartiendo un rato su plática reposada y vinculante eternamente con el terruño que fue consustancial a su vida, y que elevaba a las categorías clarividentes e invulnerables del talento que tamiza su sociedad, desde la lejanía, al conocer la fatalidad, refugiamos nuestra pesadumbre en el consuelo de una predisposición cristiana: Que sea Señor tu voluntad.

El doctor Miguel Pineda Rodríguez, nació en la ciudad cívica de Olanchito, Yoro, el 21 de febrero de 1949, siendo el menor de cuatro varones y dos mujeres, hijos del comerciante salvadoreño Ramón Pineda y de la señora Cándida Rodríguez de Pineda, oriunda de Olanchito, Yoro.

Don Ramón Pineda, instaló estratégicamente en la comunidad una tienda miscelánea a una cuadra a la entrada de la carretera que vinculaba Olanchito con la zona rural de Las Jaguas, Teguajinal, el Ocote Aldea, igual que diversos campos que vertebraban parte de lo que fue conocido como línea oriental, que fue un ramal de las vías por donde transitaban los ferrocarriles de la transnacional bananera Standard Fruit Company.

Los sábados, días de pago, “los Campeños” como les llamaban, llegaban hasta la “Tienda La Olanchita”, que así fue conocida, a proveerse de todo lo indispensable para la subsistencia humana, y otros enseres propios del desarrollo de la ganadería y la agricultura explotadas en el medio. En la tienda eran atendidos por el matrimonio Pineda Rodríguez, mientras la prole iba creciendo y formando conciencia de los múltiples valores de la vida.

Miguel que fue el menor, como queda consignado y estudió la primaria en la Escuela Modesto Chacón de Olanchito, la secundaria en el Instituto Francisco J. Mejía de su misma ciudad. Más tarde se trasladó a Tegucigalpa, donde se habían establecido sus hermanos Ramón y Enil, a realizar estudios universitarios, habiéndose matriculado en la carrera de Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.

Inconforme con la obtención de un título universitario, miró lejanos horizontes y se trasladó a Europa, fundamentalmente a Francia, realizando estudios de doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Tolousse, donde además adquirió una basta cultura, que una vez establecido en Honduras, le permitió convertirse en catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
Nuestro amigo y coterráneo, contribuyó igualmente con artículos de análisis internacional y de opinión nacional al diarismo hondureño, igual que en revistas de tipo cultural, donde dejó establecido su criterio y puso en evidencia su capacidad y el manejo exquisito de los idiomas que dominó, sintetizados en una redacción transparente e impecable. De igual forma fue un apasionado del arte en sus diversas manifestaciones, y su presencia era inexcusable en las salas y galerías, donde se ventila cultura.

Contribuyó con el enriquecimiento de la bibliografía nacional con un ensayo escrito en colaboración con el Dr. Ernesto Paz Aguilar, editado en 1986 por Guaymuras, conocido como: “Orígenes y Desarrollo de la Social Democracia en Honduras”, a iniciativa de la Fundación Alemana Frederick Eber.

La última vez que lo encontré, nos sentamos en una céntrica cafetería a platicar de muchas cosas que nos fueron comunes y lo sentí expresivamente íntimo, al confesarme que últimamente se sentía solo. Le exterioricé que nosotros los olanchitos por nuestra infortunada y sensitiva personalidad, éramos muy receptivos a vivir transitoriamente esos estadios emocionales, y en un acto de hermandad le obsequié un poema de los muchos que llevaba al doctor y poeta Livio Ramírez, para que prolongara mi libro “Grito Exigido”.

Me propuso que si deseaba me los podía traducir al francés, para que tuvieran mejores acentos y tonalidades de mayor intensidad.

¡Yo a ratos paso por los mismos estadios! Le dije, pero me refugio en el recurso de exteriorizar mis sentimientos a través de la escritura, tú puedes hacerlo y de mejor forma de lo que yo burilo y emborrono. Inténtalo de nuevo y comprobarás la calidad de tus verdades.

Voy a probarlo, concluyó diciéndome mientras tomaba el poema que hoy transcribo y fijaba la mirada en los voluptuosidades inevitables, sugerentes e indescriptibles de una mujer, sin imaginar que sería nuestra última tertulia de animación telúrica. Descanse en paz el amigo y coterráneo MIGUEL PINEDA RODRÍGUEZ.
ELEGÍA DE UN HOMBRE SOLO
Hoy es domingo
la ciudad está sola,
se fueron sus fantasmas
y apenas una música de Mendelssohn
llega hasta mis oídos.

Hoy es domingo
y también estoy solo,
como siempre lo estuve
desde hace muchos años,
desde cuando viví nueve meses
en el vientre viscoso de mi madre,
cuando no conocía el viento,
y la miraba giraba en espirales.

Hoy es domingo,
estoy solo, muy solo,
y sin embargo todavía vivo.
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