miércoles, 27 de abril de 2011

Donde manda capitán…

Por Juan Ramón Martínez
Zelaya no le pudo decir que no a su mentor, alter ego y patrón Hugo Chávez. La “causa” hondureña, fue subordinada a los intereses del gobernante venezolano que arrinconado, ha tenido que reducir sus enconos, moderar su lenguaje y transformarse de un pendenciero de la política internacional, en un apurado “estadista” de respeto en la comunidad internacional. Y aquí Zelaya –igual que Honduras en su conjunto– confirmó su calidad de subordinada y de instrumento dócil de un gobernante extranjero que es quien, realmente ejerce la soberanía para determinar qué es lo que se tiene que hacer o no hacerse en Honduras.

Por ello no ha tenido otra alternativa que someterse a Chávez. Para disimular las cosas ha llevado a Juan Barahona –el único que tiene prestigio político ganado en la lucha popular librada en las calles en los últimos dos años– porque las heterogéneas bases de su múltiple movimiento, no entienden cómo al final de cuentas, han sido piezas de un juego de ajedrez en donde ni siquiera han visto las manos de los jugadores. El descubrimiento que su líder no es tal, sino que un simple “marinero” que no le puede decir no a quien manda, su “capitán”, le sabe a los dirigentes del Frente de Resistencia Popular, a hiel y a desilusión. Pero no sólo a ellos le sabe mal lo ordenado por Hugo Chávez a quien creían que era su líder máximo Manuel Zelaya Rosales. También, aunque lo disimulen, les resulta incómodo a los politólogos zelayistas que anunciaban que, desde las bases de su movimiento emergería un movimiento de bases nunca antes visto en la historia política de Honduras, saber que el dinamismo de la inconformidad –aunque legítimo y sentido por las mayorías pobres del país– no lo representa Zelaya, en vista que este no es libre, creativo y mucho menos autónomo.

Por supuesto, a otros les resulta doloroso aceptar que la crisis hondureña no era auténtica, que fuimos un campo de Agramante en donde las grandes y medianas potencias colocaban sus fuerzas, hacían sus movimientos y defendían sus intereses, mientras los líderes nuestros, actuaban como simples instrumentos. En los dos bandos. Nada más que unos defendían la democracia electoral y obedecían las instrucciones del embajador Llorens, en tanto que los otros, que postulaban la democracia representativa, falsamente presentada como superior a la primera, le rendían el sombrero a Hugo Chávez. Zelaya, Flores, Micheletti, Santos, Lobo y Corrales Álvarez conocían a sus “patronos” y aceptaban, como vírgenes desamparadas, su condición de simples subordinados. Teniendo eso sí, el cuidado de mantener en reserva su condición de empleados de los líderes de las potencias que irrespetaban la soberanía popular, de forma que sus seguidores no conocían el asunto. Ellos pusieron las lágrimas, a los muertos y a sus enojos.

Zelaya que siempre ha jugado al más listo de todos los políticos, quiso hacerlo a las dos bandas. Porque al tiempo que se acercaba a Chávez, pedía discreto permiso a Llorens para formar parte de PETROCARIBE, incorporarse a la ALBA e incluso para nombrar a Patricia Rodas, en calidad de canciller de la República. Y aprovechaba la situación, para ayudarle –jugando al doble agente– a Estados Unidos a salir con alguna dificultad de la incómoda situación en la que se encontraba ante la decisión de casi todos los miembros de la OEA con respecto a la readmisión de Cuba a la organización. Por supuesto, cuando se filtraron los documentos del Departamento de Estado, sus prestigios con los líderes cubanos y con Chávez, se vinieron abajo, al extremo que de repente, por ello el gobernante de Venezuela, se había abstenido de pagarle los sueldos de un inventado cargo para disimular subsidios a un hombre derrotado y desamparado; pero acostumbrado a los sabrosos encantos del poder.

Zelaya queda desnudo. Está obligado a cambiar su discurso y a modificar su actitud con respecto a la democracia y la soberanía popular. Perderá mucho prestigio en el camino, porque quienes le seguían por valiente, osado y atrevido, ahora han descubierto que es un simple “marinero” con botas, obediente grumete de las órdenes de su “capitán” al que, bajo ninguna circunstancia se atreve a desafiar. Preferirá empezar a diluirse para concluir despojado de la arrogancia y la falsa superioridad de “revolucionario” y reformador venido a menos.
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