lunes, 28 de marzo de 2011

Jubilados : Tragedia a la vista

Por: Mario Berrios Con la actual crisis gobierno-magisterio, en la cual ciertos dirigentes magisteriales han incrementado la confusión con metas a prolongar la crisis, para lanzar un manto de impunidad a ciertos desmanes: préstamos millonarios, anarquía administrativa, varias plazas a su favor y un interés político de por medio, llevan aceleradamente al Inprema a un conflicto sin precedentes.

 Miles de maestros jubilados han comenzado ya a dejar de recibir su pensión mensual, lo que, aunado al apuro nacional —donde sólo en Tegucigalpa, por estar bajo el paraguas del gobierno, y en San Pedro Sula, zona productiva, no se percibe el fantasma del hambre— llevará a la sociedad a un trance difícil de reponerse. Tendremos en la calle a miles de maestros jubilados que no podrán pagar una vivienda, no tendrán efectivo para comprar su provisión semanal y tampoco poseerán dinero para cumplir otros compromisos, peor para —a su edad, cuando sin medicamentos no se subsiste— adquirir medicamentos, vestuario o regalarle algo a sus adorados nietos.


Gobiernos, incluyendo el actual, como dirigentes, históricamente han visto con desdén a los jubilados, de sus acciones no se ha esperado más que aprovecharse de las atractivas finanzas de ese régimen social. De ahí han sacado cuantiosos salarios, plazas, puestos de trabajo, salarios a paracaidistas, préstamos amañados y cuotas políticas. Hoy, llegado el día de la verdad, cuando miles de compatriotas de una edad que poco pueden hacer o con reducido espacio para desempeñarse, porque la misma sociedad los margina, tendrán, obligados por la necesidad, que incursionar en otras actividades para llevarse a la boca su pan de cada día.

Resulta gratificante ver cómo, en otros países, como EUA y Europa, los jubilados son conglomerados de vital importancia en el desarrollo social y económico, aquí nada más para aprovecharse de ellos. En otras latitudes constantemente llevan a cabo innumerables tareas, en particular en su tiempo libre. Incluso parte de sus pensiones las utilizan para desarrollar proyectos familiares, en su barrio, colonia o ciudad, donde se requiere su concurso en áreas de educación y salud. En otras regiones no los hacen sentir —ni ellos se dejan tratar— como estorbos. No se sienten acabados como tampoco sus familiares, amigos, vecinos y connacionales no los hacen sentir de esa manera. En forma incesante son aceptados y llamados para servir en actividades sociales y de reconstrucción nacional, a las que ellos asisten de buena gana, porque mantener cierto ritmo de trabajo es una forma interesante de pasar su tiempo y vencer el hastío.

Antes de que colapse por completo el Inprema, hoy los jubilados deberán olvidarse de leer los periódicos, ver TV, Internet, visitar a los vecinos y de chinear a sus nietos, porque bien pueden aprovechar para incursionar en negocios antes de quedar en la nada, silbando en una loma o en determinada esquina. Ya no podrán sentarse a ver pasar al tiempo, a la gente y a extasiarse con un hermoso sol o con el canto de la lluvia. Deben sacar fuerzas, mostrar vigor para salir al paso a esa tragedia de su Inprema, antes de que arrecie el hambre en sus hogares. Por suerte los jubilados no son personas acabadas, muchos incluso pueden aportar más ciudadanos para servir a la patria, digo, los solteros y viudos.

Sus medios económicos ya no les permitirán salir de su hogar, como de costumbre, a visitar a sus familiares o amigos, tampoco ir al sitio donde laboraron por última vez. No lograrán beber con tranquilidad el trago de la tarde que acostumbraron algunos. Por lo menos no correrán el riesgo de un ex director de escuela que salía puntual de su casa por la mañana, para regresar a la hora que acostumbraba cuando laboraba para el gobierno, sólo que, después de su jubilación, al estar cerca de la escuela se daba cuenta de su nueva condición de jubilado, entonces se regresaba y se metía en un estanco, donde antiguamente se echaba un trago para ir a sus labores. Recientemente se pasaba el día en ese bar, lugar donde el pasado viernes falleció.

Sería interesante ver a nuestros jubilados, no en las tres fiestas anuales de cada ciudad, si no en tareas de reconstrucción, educación, promoción de la cultura, incursionando en las artes y la literatura, ofreciendo cátedras e, incluso, trabajando como especialistas en empresas recién constituidas, porque al paso que va la dirigencia del magisterio y el gobierno, se les malgastará su indiscutible talento y experiencia. Los jubilados tienen un abanico de opciones: bregar en política, fungir como asesores en empresas, incursionar en rubros del comercio, escribir y divertirse, entre otras cosas. Pero es básico el concurso de ellos en proyectos sociales.

En Japón, por ejemplo, los están contratando para múltiples de tareas que bien podrían realizar jóvenes, pero necesitan a gente experta, sosegada, responsable y constante en los fines de limpieza del territorio. Sin embargo, en el nuestro, los quieren utilizar hasta de carne de cañón en manifestaciones, en tanto generalmente los “líderes” salen a la carrera a esconderse o a tomar el taxi que, previas coordinaciones, tienen listos en diversas esquinas a pocas cuadras de los escenarios conflictivos, ¡cuando suenan los bombazos no se les ve un cacho!
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