martes, 15 de febrero de 2011

¡Manigundan abuti!, Bayley por: Mario Berrios

Fue el sábado por la noche. Invitados especialmente por el círculo amistoso de Jimmy James Bailey, varios ciudadanos nos presentamos en su domicilio, para estar presentes en el munigandun abuti de sus 50 —y un tanto más— años del jugador que, el 7 de diciembre de 1980, nos clasificara al Mundial de España 82. La colonia Los Robles estaba de gala. Desde lejos percibíamos el tumbar de los Gararon, esta vez no para anunciar guerras, reuniones para pesca, emergencias o velatorios, si no para anunciar, con sus sonidos, proclamas y música, un año más del nacimiento del coterráneo que nos dio la primer alegría de estar en un mundial de fútbol.

El sector estaba cerrado por mandato municipal. Al llegar a la modesta casa del hoy “Tanque” Bailey, entramos bajo la armonía del pitido de un caracol y, entre adornos y vestimentas de los invitados, pudimos ver el colorido y vistosidad del morado, negro, rojo, amarillo y verde. A un lado, un grupo de baile y canto garífuna amenizaba la ocasión: Paulo Martínez con el Gararon uno (bajo), Santos Torres en el Gararon dos (percusión), Francisco Álvarez con el Gararon tres (percusión), el Niño en las maracas y José Luís Torres “Higado”, con el palillo y la tortuga. A su vez, un par de hermosas abinaja-tiña nos dejaban alelados con su baile punta y los cánticos jubilosos, invadidos del clásico lamento en que se basa su alegre, alborozado, movido y asombroso compás.

Entre refrescos (porque no ingerimos bebidas alcohólicas) hondureños y extranjeros, degustamos la comida que, con el aprecio que caracteriza a Bailey, él y su familia había preparado. A medida transcurría el tiempo, y encantados con las piezas musicales, los respectivos abastos provenientes del restaurante de Diego continuaban llegando. A la hora de mover las caderas, los asistentes y el propio cumpleañero contorneaban sus cuerpos y se destornillaban sonrientes en alegre ritmo punta. El gremio garífuna, extraños, vecinos, transeúntes y curiosos, poco a poco fueron aproximándose para formar parte de la algarabía, incluidos, por supuesto, sus umadoun más cercanos: El “Tile” Arzú, Anthony “Torre de ébano” y “Cochero” Costly, Mahamán, Darlan, Carlos... Todos querían estar allí para celebrar junto al amigo que, en una jornada memorable para el pueblo hondureño, contra Guatemala en el estadio Mateo Flores, en una tarde inspirada del arquero Jimmy Steward, vale también recordar, Honduras vencía con marcador de 1 x 0, con gol del abuti Jimmy James Bailey.

Entre el brumal proveniente del asado de carne, donada por Ibram e Hino Mathews, traía a mi mente los conocimientos garífunas, misquitos y sumos aprendidos en mi práctica expedicionaria de tiempos pasados en La Mosquitia painkira, así como el recorrido de Honduras para llegar a España 82, donde nadie hubiera celebrado goles en Europa, como tampoco jugadores y entrenador se hubieran bañado en gloria, si no era por el gol de Bailey. Sin estar en un estadio, estábamos viviendo la emoción de ese deporte. Entre anécdotas, por ejemplo, Santos Torres —del grupo musical— narró la forma en que había vivido la clasificación de Honduras frente a El Salvador. “Ese día llegué a mi casa, como no tenía dinero ni para darle de comer a mis hijos, mis 3 hembritas y mi muchachito, me metí de un sólo en mi cuarto de la Rivera Hernández, atrás de La Dispensa. Mis hijas me lloraban que les diera comida, estábamos con el estómago pegado al espinazo. Ellos miraban el partido en un pequeño televisor que tenemos, pero yo no quería verlo, no lo vi, simplemente porque no podía mirar el rostro hambriento de ellos. Ni siquiera me levanté para celebrar. Cuando el gol nuestro y el del jugador de los yunai, estaba acostado, mi hijos entraron histéricos para celebrar conmigo, sólo me di vuelta, entonces observé sus rostros emocionados, ¡se morían de la alegría!”.
Y en sus palabras, el propio Bailey, platicando a media fiesta, recordó así la hazaña de gol histórico, “estaba lesionado, con fuertes dolores, pero siempre decidía jugar, por amor a la pelota, por pasión con el futbol, por compromiso con la afición”. A esta altura, no sé si era por el sudor de la movida de cuerpo al ritmo de la música o por recordar aquellas jornadas, pero algo observaba en sus ojos. El gol, le pregunté finalmente, ¿cómo fue?, narra brevemente esa parte. Él giró la mirada hacia el suelo, colocó una mano sobre la cadera y, con la otra, se tocó su frente, como para aclarar sus ideas. “Sólo nos servía el gane. Primi mandó, Chito Reyes la tocó, después me llegó la bola, entonces le logré pegar y la bola adentro”.

Al escuchar sus palabras, recordé que jamás pude ver ese gol, porque adonde me encontraba, en una montaña, no había televisores, pero sí supe de las noticias radiales donde los cronistas deportivos detallaban —a garganta partida— la emoción de los hondureños, el cuerpo técnico y jugadores, asimismo a Ricardo Jeréz, a los 72 minutos del encuentro, tirado en el pasto, pataleando de la frustración. Y el abuti Bailey corriendo con ligari en su rodilla, y aguiro en sus ojos, circulando y gritando desesperadamente: ¡Goooolllll!
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