lunes, 28 de febrero de 2011

Macario “Trinquete” por : Mario Berrios

Vive a escasos metros de los bordos, donde la indigencia campea por todos los potreros cercanos. Macario, alias “Trinquete”, hombre de tiempo de comida salteado por días, esta vez lo iluminó su rayito de sol, ¡la suerte le sonreía! Esa fecha se solazó en una hamaca hecha de cabuyas rebuscadas en el basurero, cerca de donde vive.

La felicidad le embargaba desde el martes, luego de que, los exámenes de una dentadura y un esqueleto humano, encontrado al par de su covacha de cartón, láminas y desperdicios de madera, delataban la presencia de un bien protegido por el Estado, eso significaba que tendrían que expropiarlo, ¡una millonada lo esperaba a la vuelta de la esquina!

Macario había preferido quedarse en el sitio para ver de cerca el show desplegado por las autoridades protectoras del patrimonio nacional, porque ese esqueleto, según comentaban autoridades, pertenecía a un rey tolupán llamado Cicumba, y él debía velar por sus intereses.

No “seya” que esos léperos le dan gato por liebre, Don Macario—, le dijo doña Antolina.

Esa lotería es suya, no se la deje quitar —alertó otra vecina, espoleándole una costilla.

Descuiden, ustedes saben que no tengo ni un pelo de tonto —dijo Trinquete, recostado, con voz grave.

También se vistió por primera vez. Descalzo, con un pantalón raído a la cintura, amarrado de la pretina con una cabuya, sin camisa, con el estómago liso y transparente, dejó notar sus dientes picados y negruzcos al recibir un vaso de agua de su vecina, doña Antolina, quien nunca antes le había ofrecido pero ni un “buenos días”.

Las excavaciones comenzaron con un inusitado despliegue de periodistas, curiosos, cámaras, autoridades, policías uniformados y expertos, incluso unos traídos desde Egipto. Un ministro, de sombrero, barba y puro en la boca, aseguraba desde ya que bajo su administración se había hecho el descubrimiento más importante de la historia hondureña: el cacique Cicumba. Hombres contratados con diversas herramientas, palas, picos, cedazos, azadones, sierras, martillos y artefactos electrónicos, abrían sendos surcos y hoyos en el reducido solar de Macario. Poco a poco, el esqueleto iba quedando descubierto bajo la lupa estática de decenas de cámaras, desde las más sencillas hasta las más sofisticadas. Por ratos los trabajadores se detenían, llamaban a un experto y este tomaba notas, fotos, filmados y dibujaba croquis.

A los cuatro días de excavaciones, el esqueleto se veía claramente: dientes pelados, vasijas y residuos a su alrededor, utensilios raros de madera, piezas de oro, cachos de vaca, cabro y cascos de otros animales, desconocidos, pero aptos y ricos en información para el estudio forense. El cuerpo finalmente fue extraído para ser llevado a Londres.

Y Macario Trinquete, quien jamás antes había tenido amistades o familiares que lo visitaran, de presto le llegaban ex compañeros de su natal Santa Bárbara, primos, tíos; todos alegres, donde él contaba, con su rostro al viento, unas historias mejores que otras. Definitivamente Trinquete ya no trabajaba. En adelante pasaba acostado en una hamaca nueva que le habían regalado otros primos, de Cuyamel, a quienes tampoco conoció antes.

Ahí, acostado, atendía gente, le servían café. Ahora prefería las conversaciones de alto nivel, otorgaba futuros préstamos y elaboraba proyectos para los bordos.

Sí, doña Chunta— le dijo a una señora de una colonia cercana—, nomás recibir el dinero cuente con esos cincuenta mil.

—La virgen me lo bendiga, Don Macario.

Un señor que había llegado desde Chamelecón, aprovechó el momento para solicitar otros 50 mil prestados.

—Si con esa cantidad levanta su casa, yo se los doy —aseguraba el afortunado.

—Gracias, Don Macario, con ese pisto haré mi casita.

—Pero recuerde, cuando Usted escuche noticias de que ya regresa ese tal Cicumba, se deja venir para entregarle el billete, es que tengo varios compromisos con autoridades y periodistas, además, debo buscarme una mujer, poner un negocio; pero cuente con lo suyo, eso no lo toco.

En esa agitación, cierto día un prestamista de la zona llegó buscando a Macario porque oyó decir que podía hacer negocio con él, le prestaba por el predio y luego podía quedarse con el bien inmueble, objeto de babeo entre usureros.

Bueno, Don Nuncho, usted sabe, no lo digo yo, sino los expertos, ese es un rey y mi propiedad vales millones, ¡oro!

—¿Cuánto le interesa?, por mientras puedo prestarle algo, unos… 10 mil lempiras, sé que es poco, pero es para iniciar el negocio, ¿qué me ofrece?

—Bueno, yo puedo, como se dice, abonarle con parte de mi tierra…

A Don Nuncho, recostado en la moto en que visitaba a los pobladores del bordo, le tronó el corazón, ¡justo lo que esperaba!

—Oiga, pero si quiere comprar yo le vendo, mi sueño ha sido irme a recoger café con unos primos que tengo en Gracias, Lempira.

—Bueno, si me desocupa el predio le doy unos 50 mil extras, ¡cash! —abrió su boca y plegó sus dientes.

—Compléteme 100 mil y no hablemos más.

—90 mil le puedo “ajuntar” —expresó Don Nuncho, haciendo gala de su agilidad en el estira y encoge con los necesitados.

—Bueno, me parece poco, pero no me gusta la fama, traiga mañana el dinero y abandono aquí.

Tres meses más tarde, en Gracias, Lempira, sentado en otra hamaca, Macario leía la carta que hacía llegar don Nuncho: “Me resulta penoso informarle que los análisis de los expertos ingleses concluyeron que el esqueleto pertenece a un marero, asesinado en un rito macabro, diabólico, por lo anterior necesito que me devuelva el dinero”.

Macario Trinquete respondía en los siguientes términos: “Pisto entregado, pisto comido, no tengo nada para devolver, venda el cuerpo y el terreno a otro colega suyo, no cuente, no maldiga su propio negocio…”. «Je, acaso conté yo sobre esos mareros, ¡capaz me mataban!; suerte da no abrir la boca», meditó.

(Adaptación del relato original en Cuentos de traviesos)

www.marioberrios.net

bufetelegalmb@sulanet.net
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