No tengo muchos amigos. No ando coleccionándolos. Ni confundo los saludos sociales, los piropos de ocasión, con la amistad que es una cosa muy seria. Son muy pocos los que conservo; y no son fruto del ejercicio del poder; ni mucho menos del trabajo comunicacional, sino que de la escuela, el colegio, la Universidad
y de los primeros y humildes trabajos al servicio de los más pobres de nuestros compatriotas. Muchos de ellos los he ido perdiendo por razones políticas. Han agachado la cabeza, se han acomodado; y roto las comunicaciones. Otros me los ha quitado la muerte. Primero fue Alfredo Gutiérrez, después Daniel Reyes Soto y ahora Carlos Chaín, muerto en el accidente aéreo del 14 de febrero.
Con Carlos nos conocimos en la escuela “Modesto Chacón” de Olanchito en 1949. Durante seis años fuimos compañeros y posiblemente desde cuarto grado invariables amigos que compartíamos asiento, formábamos parte del grupo de los cinco mejores alumnos; y obteníamos, por consiguiente, las mejores notas escolares. Muertos sus padres y dependiendo del cariño de sus parientes que se hicieron cargo de su educación y la de sus hermanos Williams, Nicolás, Georgete, Alma y Widad, pasaron muchos años en que se interrumpió la comunicación entre nosotros. Nadie sabía qué había pasado con los Chaín. Era como si la tierra se los hubiese tragado. Sin embargo, algún tiempo después supe que habían regresado y que estaba luchando con un almacén llamado “Don Juan”, en la ciudad de San Pedro Sula. En 1987, visité Jerusalén y estuve de breve visita en Belén y en Beit-jala. En Belén, encontré una tía de Carlos, a quien había conocido en Olanchito, Mary Chaín,– hermana de doña Elsa, la madre de mi amigo — ya entrada en años y casi sin recuerdos sobre una época que fue una de las más importantes de mi vida. Al regresar escribí un reportaje sobre el viaje. Carlos lo leyó e inmediatamente, me llamó para felicitarme; y especialmente, por manejar recuerdos tan vivos de su madre, fallecida en Olanchito en el año de 1954.
Carlos era un gran tipo. Simpático, afectuoso y de fácil palabra. De enorme sentido familiar, con valores éticos que pareciera que hubieran entrado en desuso; y dotado de un afán de lucha y de competencia sin igual. En la vida personal, en los negocios y en el servicio a la colectividad. Ahora que su ausencia ha creado un gran vacio en mi vida y la de mi familia, he aprendido a conocerlo y respetarlo más. He descubierto que la amistad que nos unió; y que incluso la muerte no terminará como no se terminan de la noche a la mañana las cosas buenas, se basó en el afán competitivo de Carlos. Y al hecho que yo fuese como él, una referencia con la cual medir sus esfuerzos, su carácter y sus esperanzas. Selin Janania decía una vez, medio en broma por supuesto, que Carlos me explotaba y se aprovechaba de mí, porque cada día comparábamos las tareas, verificábamos los resultados y tomábamos cuenta si uno de los dos se había quedado atrás. Pero claro que no había nada de eso. La competencia nos benefició a los dos y nos permitió, especialmente en el caso suyo, enfrentarse con los más grandes empresarios del país, montando empresas exitosas e involucrándose en un liderazgo de servicio a sus colegas que tiene muy poco parangón en la historia empresarial del país. Posteriormente –y creo que dentro de esta competencia que movilizaba el espíritu y la capacidad de trabajo de Carlos– admitió ser ministro en el gobierno de Callejas, encargándose de la cartera de Economía y Comercio.
Además de estas virtudes, conocidas por todos los que trataron a este hombre singular que la muerte lo encontró cuando estaba por cumplir 70 años de edad, hay otras menos conocidas. El amor entrañable por la familia, la entrega a su esposa Isabel Victoria, el cariño a sus hijos y la lealtad a sus hermanos, sobre los cuales ejercía un liderazgo indudable, son virtudes que me siento obligado a resaltar. Pero creo que de repente, las dos más importantes disposiciones de Carlos, tienen que ver con su urgencia por crear empleo para que la gente tuviera un mejor nivel de vida y el amor por Honduras. Creía en el futuro, tenía confianza que podríamos cambiar de actitud; y aprovechando las oportunidades, hacer un gran país. Aunque no tuvo tiempo de verlo, como Moisés a la tierra prometida, sus amigos que lo quisimos, en la hora de su muerte, nos comprometemos a hacer lo que corresponde para hacer que su sueño se haga realidad.