martes, 18 de enero de 2011

Luigi y “Chago” Saybe

Por: Mario Berrios
Amparado en el incondicional espacio que me conceden mis apreciables amigos Carlos Rosenthal y German Quintanilla, hago referencia, antes que un día de estos le falle corazón, acerca de “mi” querido abuelo. Los que a veces escribimos artículos de opinión, rara vez aprovechamos el espacio para lanzar loas a ciertos amigos o personajes de la vida nacional, sino cuando ya se han ido, por eso aprovecho, esta vez, para hablar de un vivo.

Se trata de mi abuelo Luigi, escritor y poeta —desconocido por deseo propio—, actor, titiritero y, por si fuera poco, el diagramador de muchas de mis obras literarias. Pero Luigi también es bohemio, por eso hoy padece males de los desenfrenos. Nacido en los albores de la izquierda colombiana, Luigi ponía bombas en su tiempo de juventud, ya que trabajaba para una empresa que instalaba bombas de agua en Bogotá. El estallido de un artefacto explosivo en el sitio donde, tiempo después laboraba, le hizo buscar otros horizontes. En Honduras hizo carrera como experto en diagramación de los principales medios escritos, hasta retirarse a sus labores empresariales, para salvar el honor de muchos libros y revistas que ha tenido a bien engalanar.

Ahí ha estado él en esos momentos donde es necesaria una opinión calificada sobre las medidas, belleza, tamaño, tipo de letra y colorido de un libro. Su inspiración científica para determinar todo lo relacionado a un texto, le ha elevado a la categoría de impulsor de un concepto moderno del libro, aplicado por su ojo clínico con deleite, como todo enamorado de su oficio. Constantemente recuerdo sus ocurrentes bromas, siempre bonachonas y sorprendentes. Genera tanta cordialidad en su entorno, que, un día, viviendo donde unos amigos que tenían el negocio de piñatas, éstas rápido llegaron a parecerse a él, lo que incrementó las ventas: gordas, sonrientes y de ojos grandes.

En mi modesta opinión, mi abuelo Luigi revolucionó para siempre el estilo de hacer periódicos, revistas y libros en Honduras, a él debo yo, sin duda, el éxito de algunos de mis títulos. Ha sido tan voluntarioso en ese oficio, que aun con su delicado estado de salud realiza proyectos para diversos autores, como Antonieta Máximo, Bladimir Burgos, Bonilla, Julio Escoto y Ángel Rodríguez.

Dotado asimismo de un gran sentido de la amistad y lealtad, conserva su bondad en las conversaciones, el espíritu de un joven, las anécdotas a flor de labio y el don de construir cuentos increíbles. Me queda el pesar de haberlo tratado en el último trecho de su vida, de haber sido antes, juntos hubiéramos realizado grandes proyectos. Y no es que le empuje hacia la muerte, pero pienso que puede acaecer en cualquier momento, por ello en vida deseo testimoniarle mi agradecimiento. Porque los allegados y familiares normalmente pierden el sentido del avance de un mal, cuando de repente llega es tarde para expresar lo que sentimos, cuando el ser va camino al cementerio.

Varias personas, en lugares públicos, han sido testigos de la generosidad de mi abuelo Luigi, cuando sin pensarlo mucho él me ha regalado haciendas o casas. Creo que es mejor elogiar en vida que cuando alguien apreciado muere. Llegué a esa conclusión hace poco, con la muerte de un vecino a quien estimé mucho, Santiago “Chago” Saybe Mejía, de quien pude expresar muchas cosas hermosas, pero dejé pasar el tiempo convencido de que él vencería un cáncer; hoy lo recuerdo cuando yo de niño lo veía bromeando en la esquina del parque de Olanchito, donde administraba el famoso bar Astoria, la “iglesia” de los bohemios del pueblo, donde cada parroquiano ha tejido su propio relato. Y en los últimos años, cuando yo llegaba a su canal de televisión, ordenaba que dejaran cualquier transmisión para que yo entrara en vivo, ¿cómo no agradecer todo esos gestos?

Hoy, desgastado por el paso del tiempo y los padecimientos propios de un retirado, con su salud deteriorada, traigo a recuerdo decenas de vivencias de la mano de mi abuelo Luigi. Con él hemos viajado a un par de países a participar en eventos literarios, compartimos alimentos en restaurantes y he corrido cuando a mis oídos llega noticia de un quebranto de su salud.
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