sábado, 20 de noviembre de 2010

Sus cenizas arden todavia : Wilfredo Mayorga Alonzo

Wilfredo Mayorga Alonzo
Este 24 de noviembre, se cumplen 44 años del mortal accidente que segó la vida de un fructuoso escritor que no pudo saborear jamás el éxito en su suelo natal y se vio obligado a recrearla novela de su vida en tierras extrañas. No se le comprendió en su país, y hasta sus cenizas tuvieron que soportar los trámites engorrosos de la burocracia para descansar en donde les correspondía.
No hay que adivinarlo para saber de quién se trata. Un hijo pródigo del hogar nacional, pero apreciado en el alero ajeno. Hablamos de Ramón Amaya Amador quien, a sus 50 años, había escrito tantas obras como nadie lo imaginó. Y no livianas y volátiles, sino repletas de argumentos permanentes.
Valió la pena una entrevista que celebramos con su hijo Carlos Raúl, vía telefónica, el 13 de octubre de 2006, sobre las dificultades que tuvo su padre como escritor y el reconocimiento hasta después de su muerte. Pero aun así, una buena parte del pueblo le ha concedido el sitial que merecía, incluso sabiendo que en su tiempo leer sus novelas “Prisión verde” y “Destacamento rojo”, para sólo dar dos ejemplos, podían significar la cárcel.
“La historia de mi padre es de amor supremo a la patria, de sacrificios y de injustas persecuciones. En vida, pasó los últimos veinte años en el exilio. Y una vez fallecido, es también una odisea el traslado de sus restos -que se inició en 1977 y culminó el 15 de mayo de 1999- cuando empezaron a descansar en su Olanchito natal. Había fallecido en un accidente de aviación en 1966”.
En verdad, un lapso incomprensible para quien era famoso en el exterior pero perseguido en su propio suelo, donde sus libros -al solo anunciarse- eran objeto de la censura despiadada por los cavernarios círculos políticos.
Así lo acepta Carlos Raúl Amaya: “Imagínese, que hoy se fundan muchas bibliotecas en diversos lugares de la república; sin embargo, es sorprendente, que a la hora de comprar libros haya financiamiento para otros, menos para los de Amaya Amador. Da la impresión que su mensaje sigue causando resquemores entre los sectores responsables de la verdadera situación caótica de nuestro país”.
Somos testigos presenciales de las gestiones pertinentes que en su momento hicieron para repatriar los restos de AmayaAmador desde Checoeslovaquia a Honduras, emprendidas por el laureado poeta y diplomático Oscar Acosta Zeledón, como embajador de Honduras en España en los años setenta; la dinámica movilización de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, y los esfuerzos de familiares y amistades del novelista, para que fuesen traídos a reposar en una urna que ahora guardan en la ciudad natal; la de sus primeras inquietudes y de sus iniciales sufrimientos.
El sitio donde nació esta gloria de Honduras, debería ser punto de atracción para aquellos visitantes que buscan seguir abrevando las fuentes de la cultura. Una placa es lo que queda en el lugar donde estuvo la vivienda de su niñez. Un busto y algunos murales en la Casa de la Cultura de Olanchito, son ahora mudos testigos del permanente recuerdo de sus paisanos.
Ramón Amaya Amador siempre honró a su pueblo. ¡Su pueblo debe honrarlo para siempre!
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