jueves, 28 de octubre de 2010

Más que a la Constitución hay que cambiar a los politicos

Por: Juan Ramon Martinez
El Presidente Lobo Sosa, con el sentido común que es básico en un político serio, ha dicho que discutir y emitir una nueva Constitución, no constituye la prioridad número uno para nuestro país y para su pueblo. En efecto, ante los graves problemas que atravesamos como sociedad y como familias, uno tiene que determinar qué es primero, qué es después y, por supuesto, qué es superfluo e innecesario. Y una vez que se han establecido las prioridades, se tienen que hacer las cosas para dentro de un compromiso establecido, trabajar porque se logre lo propuesto.
Pero también ocurre que en la sociedad política –especialmente en el caso que nos ocupa– hay miembros de la misma que no están interesados en el progreso del país, que produzca bienestar y prestigio para el pueblo hondureño. Estos políticos, especie maligna que es la responsable de todos los males que sufrimos, se inventan asuntos para distraernos embrocándonos en discusiones o en acciones dirigidas no a buscar lo que es bueno para la colectividad, sino que para sus propios fines. En el caso que nos ocupa, la Constitución de 1982, es una buena norma constitucional, reformable en aquello que como es natural, se debe ajustar en el curso del tiempo. Pero estos políticos malignos lo que quieren es establecer el continuismo, por medio de las reelecciones continuas y la forja desde allí, de nuevas burguesías alimentadas desde los presupuestos que los ciudadanos les damos a los gobernantes para que cumplan sus deberes y sus obligaciones. Y para consolidar su propuesta –además de usar enormes sumas de recursos que debíamos manejar en otros asuntos– se han dedicado a convencernos que aquí, si cambiamos la Constitución –cosa que hemos hecho en trece veces, así como lo oye; y no ha pasado nada absolutamente– aquí, como por arte de magia, se levantarán los mares para tirarnos sobre nuestros platos las exquisiteces marítimas que necesitamos para nuestra felicidad, la tierra dará sus fértiles frutos sin trabajo alguno y a cada casa, el gobierno –que se volverá eficiente por arte de magia– en vez de quitarnos dinero, nos entregará mensualmente salarios sin trabajar, como había venido ocurriendo en Cuba en los últimos cincuenta años.
Como usted puede apreciar, se trata de un engaño descomunal. Porque más que las leyes, lo importante para que una sociedad se desarrolle es la existencia de una clase política, social y económica que, al margen de sus diferencias específicas, determina trabajar junta para producir progreso, facilitar el crecimiento económico y distribuir entre todos, los beneficios de la actividad general. Por supuesto, para lograrlo esta clase política requiere el compromiso de respetar la ley –mientras aquí, lo típico es la violación o el cambio caprichoso para lograr lo suyo y no los beneficios de lo nuestro– y ejecutar las medidas necesarias para darle a todos los miembros de la sociedad, la seguridad necesaria para que cada quien, cumpla sus finalidades y logre sus resultados. De esta forma, consagrados todos a la búsqueda de lo nuestro, sumados al final para que se convierta en lo nuestro, tendremos un aparato económico eficiente que nos dé más recursos que los que necesitamos para satisfacer las necesidades básicas y excedentes suficientes para intercambiar en los mercados del exterior. Para lograrlo, que hace la diferencia entre la miseria, la pobreza y el éxito, como dice Lobo Sosa, no se requiere de una nueva Constitución, sino que de una nueva clase política. A ello debemos consagrarnos, para evitar que los mismos, que no han cumplido con sus deberes, sigan engañándonos y haciéndonos perder el tiempo con bobadas como están haciendo actualmente.
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