jueves, 8 de julio de 2010

Qué hemos hecho de la herencia de Lempira (Marel Medina)

Siempre alrededor del 20 de julio en Honduras se habla y se causa una leve vibración al recordarse –cada vez con menos entusiasmo y civismo – el día de Lempira: Ese lenca, aborigen centroamericano que simbólicamente representa la libertad, el orgullo de nuestra raza, guerrero defensor de su querida tierra y de la cultura maya de la cual todos nos sentimos orgullosos –del diente al labio- de ser sus herederos, aunque honestamente, desconocemos qué es esa cultura aborigen y cuál fue el esplendor de la misma.

Si Lempira –por alguna razón esotérica y mística-– volviese a la vida, quedaría asombrado de la condición social y humana de sus descendientes mestizos, pues aunque vestimos mejor y disfrutamos de algunos adelantos físicos que en apariencia nos coloca en posición avanzada en relación con nuestros antepasados indígenas americanos, pero en lo concerniente a la expresión cultural y humana, se puede decir que nuestra cultura actual no se ha desprendido del subyugamiento colonial y ahora imperial.

Sabemos que en 1821 obtuvimos pacíficamente nuestra independencia política del imperio colonial español, que poco a poco perdía poderío para dar paso a otras potencias europeas y a los Estados Unidos. Pero el pueblo hondureño junto con los demás pueblos hermanos centroamericanos cayó bajo la influencia de esas potencias, principalmente en el aspecto económico y posteriormente en el aspecto político.

¿Qué somos entonces, los hondureños? Socialmente tenemos un profundo desprecio hacia nuestros propios valores culturales, por creer que son insignificantes, ello nos empuja a imitar valores extraños a nuestra cultura, raza e idiosincrasia. Conocemos más lo que acontece en los Estados Unidos que lo que vive Honduras y sus moradores.

Recordamos con más fidelidad el nombre de ciudades, personajes, ríos, mares, lagos y regiones de otras partes del mundo, que los ríos, valles, ciudades, pueblos, municipios, próceres, insignes maestros o de hondureños dignos de recordárseles o de imitárseles. Carecemos de escritores abundantes, artistas, científicos y estadistas.

No fomentamos las ciencias, ni las artes ni los oficios. Aunque hay más estudiantes en las escuelas, los colegios y en las universidades, el rendimiento es exageradamente menor y con tendencia a la disminución. No es que las generaciones pasadas manejaran más información o mayor profundidad escolástica, sino que lo poco que se aprendía, se aprendía bien.

Socialmente la sociedad hondureña y más la juventud, recibe una influencia tanto negativa como positiva a través de algunos medios de comunicación social, tales como: la radio, el cine, la televisión la lectura de revistas idiotizantes, los periódicos y las tiras cómicas dizque para la niñez y sólo enseñan fealdad en personajes negativos y diabólicos; acontecen casos curiosos: Tarareamos canciones en idiomas que no entendemos; vestimos sólo pantalones de mezclilla y que ahora son denominados 'yines', pero deben ser con membretes de marcas extranjeras, pues consideramos los manufacturados en Honduras como de calidad inferior, estamos enterados de las últimas noticias de la farándula artística del cine estadunidense, inglés, europeo y mejicano, sabemos al dedillo los títulos de las telenovelas y por el acento de los protagonistas captamos si es gaucha, venezolana, brasileña o mejicana; identificamos el nombre de los cantantes internacionales mitificados por la propaganda alienista y consumista, pero somos incapaces de nombrar a los cantantes y artistas hondureños; vivimos ávidos de los envíos periódicos de la literatura de poco valor, de los programas televisivos y películas violentas, pornográficas, perversas, viciosas y negativamente didácticas...

Por medio de esos canales de difusión social emulamos los vicios y la degradación moral de la cultura occidental, donde el maquinismo y el automatismo están destruyendo la integridad física y moral del hombre occidental; y la población hondureña ¬–tercermundista y subdesarrollada–, ha acogido con gusto la civilización moderna. Adoptando con rapidez y avidez el modo de vida y las maneras de obrar y de pensar de la nueva era. Ha dejado de lado sin vacilar sus viejos hábitos porque esos hábitos reclaman un esfuerzo mayor.
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