lunes, 24 de marzo de 2014

Entrevista a Jorge Zelaya Munguia


¡ME VOY EN BUENA LID! por : Rafael Lazzari (Diario La Tribuna)

Un “moyolito” nacido en Palo Verde, campo bananero de Olanchito, en 1973, a los 11 años agarró una bolsa con algunas pocas pertenencias y buscó la forma de llegar a San Pedro Sula.
La “picazón” de lengua por la narrativa del fútbol y la locución lo orilló a buscar al “jefe de jefes” de Radio Norte, Octavio “Cacho” Zepeda, tan popular como el también fallecido, Diógenes Cruz García (de HRN), en busca de una oportunidad de aprendizaje y posterior plaza en la “Norte”.
A esa edad era un “pollito”, que de poco o nada serviría a “Cacho”. No se sabe qué hizo, pero sobrevivió un año en la antes llamada ciudad de Los Laureles y se regresó a su aldea.
Pero este negrito tenía en la mente triunfar en algo, porque a los 16 años, ya enamorado de Zenia su novia decide volver al Valle de Sula, esta vez aparte de su admiración por las estaciones radiales, quería triunfar en el fútbol.

Llega al club deportivo España (hoy con el “Real”) y como también soñaba hasta despierto con su novia Zenia, aprovechó que en el primer juego de prueba lo dejaron en la banca; pretexto que antepuso para agarrar camino otra vez para Palo Verde, ¡qué amor!
En Olanchito se pone a estudiar: quería ser periodista, luego continúa sus estudios en San Pedro sula, logró trabajar en la “Norte”, ya se sabe con quién y relativamente logra su anhelo, ya el morenito agarra valor y “vuela” a la capital, deseando conseguir un trabajo y continuar sus estudios ya en “grandes ligas”, en la Universidad.

Su llegada a su admirada Tegucigalpa no fue de soplar y hacer botellas, mientras conocía a algunos “panas”, tuvo que “instalarse” en las “cómodas” bancas del Parque Central, donde conoció también la estatua del general Morazán y a su caballo. Ahí dormía en su improvisada cama de piedra…
Jorge Zelaya Munguía, hombre de fe, de perseverancia y fortaleza pero como todo indito se aventó a la gran ciudad ¡y triunfó!
 Lo demás en torno a su figura ya se conoce y que también después de haber pasado por Radio América y haciéndose otro salario laborando en deportes de La Tribuna; posteriormente la HRN, Radio Reloj y da el gran salto (alto) hacia la pantalla chica en Canal 5, donde se hizo figura del periodismo televisivo, sin maquillaje, pero con energía y responsabilidad.

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domingo, 23 de marzo de 2014

Un viaje en tren hacia el pasado

Honduras, ferrocarril de Honduras
Recorrer el Museo Ferroviario de El Progreso, Yoro, es tomar el tren en un viaje hacia el pasado.


Las viejas locomotoras de la Tela Rail Road Company rescatadas por los fundadores del museo evocan en silencio la época en que se abrían paso rugiendo entre los bananales, unas remolcando hileras de vagones cargados de fruta y otras encabezando el alegre convoy del tren pasajero.
Las más pesadas hacían temblar la tierra cuando pasaban por El Progreso rumbo a los muelles donde descargaban los racimos de bananos, comenta Harry MacCalla, promotor de este santuario del pasado.
Los más veteranos progreseños recuerdan la epopeya de la 248, una locomotora de vapor a la que le decían “la enana” por su gran tamaño, la cual sucumbió al cruzar un “puente traidor” viniendo de Tela. Hasta un corrido le dedicaron a aquella tragedia en la que murió la tripulación de “la 248 que Juárez timoneaba”.

El museo surgió gracias a la iniciativa de un grupo de progreseños encabezados por MacCalla quienes, para no seguir viviendo del recuerdo de los tiempos del tren, decidieron hacerlo realidad.
Revivieron el Round House que era la estación de mantenimiento de las locomotoras y montaron a su alrededor cuantas reliquias del ferrocarril lograron recuperar para llevar a los visitantes por un viaje hacia el pasado.
Hay personas que llegan solo para recordar aquella época, como una señora que vino exclusivamente de Olanchito, porque su marido, ya fallecido, trabajó muchos años como maquinista en Coyoles, Central.
Si mi marido estuviera vivo, como hubiera disfrutado todo esto”, le comentó a MacCalla, la mujer dejando escapar un suspiro.
Subirse a uno de los coches pasajeros exhibidos en este parque de antigüedades es recordar la travesía a Tela viendo pasar los barracones por las ventanillas o imaginar las paradas obligadas con sabor a montucas y tamalitos de maíz tierno en las juntas de trenes. La aventura la disfrutaban tanto los pasajeros que iban en cómodos asientos pullman en los coches de primera como los que preferían los de segunda con bancas de madera por ser más baratos.
Un cobrador de lustroso Kepí, camisa celeste y pantalón azulón recorría los pasillos picando los boletos que los pasajeros previamente compraban en la estación. Detrás de él caminaba un guarda con una pistola colgada al cinto como símbolo de autoridad. Si alguien no tenía su boleto, tiraba una palanquita de la pared para avisar al maquinista que parara de inmediato con el fin de bajar al tramposo.
Los trabajadores de la frutera tenían su propio tren para ir a pasear a Tela al que llamaban “machangai”, una palabra que degeneró del inglés merchandise que significa mercadería. Algunos de estos vagones surgieron como carros fruteros que luego fueron transformados en transporte popular.
Entre las piezas exhibidas también está un antiguo generador de energía eléctrica que además generaba alegría entre los campeños porque servía para proyectar películas, en aquellos tiempos cuando aún no llegaba la televisión a las fincas.
Quienes más gritaban de alegría cuando llegaba el generador a un campo bananero eran los cipotes porque sabían que esa noche iban a ver una de vaqueros o una mexicana, comenta MacCalla.
Llama la atención entre los visitantes al museo, el motocarro conocido como “La Pedorra”, que remolcaba dos “burras” transportando a los “cusucos” quienes reparaban la vía férrea, con sus respectivas herramientas. “Nosotros le pusimos La Pedorra porque hacía un ruido feo con el escape cuando pasaba por el barrio”, manifiesta MacCalla, recordando los tiempos de su niñez.
Las “burras” eran plataformas con ruedas que se desacoplaban fácilmente del motocarro para sacarlas de la línea férrea si no se necesitaban. La diferencia con los troles es que estos disponían de un mecanismo para ser manejados por dos personas.
Había unos motocarros más lujosos para uso exclusivo de los mandadores que en un tiempo eran norteamericanos. Cada uno de estos ejecutivos tenía el suyo para viajar de El Progreso a su respectiva finca, pero también había un motocarro más grande en el que cabían todos, cuando iban de paseo.
Para limpiar de maleza la vía real por donde pasaban los trenes, la frutera utilizaba una máquina quemadora que remolcaban las locomotoras. Este artefacto metálico es otro de los atractivos del museo ferroviario.
Aún faltan más reliquias del desaparecido ferrocarril que andan por allí desperdigadas y que deben ser recolectadas para realizar la segunda etapa de este proyecto turístico, considerado por los progreseños como el primero de Centro América en su gén

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domingo, 9 de marzo de 2014

La libertad en las calles

Por: Mario Vargas Llosa 9 DE MARZO 2014 - Diario El Pais

Hace ya cuatro semanas que los estudiantes venezolanos comenzaron a protestar en las calles de las principales ciudades del país contra el gobierno de Nicolás Maduro y, pese a la dura represión –20 muertos y más de 300 heridos reconocidos hasta ahora por el régimen, y cerca de un millar de detenidos, entre ellos Leopoldo López, uno de los principales líderes de la oposición–, la movilización popular sigue en pie. Ha sembrado Venezuela de “trincheras de la libertad” en las que, además de universitarios y escolares, hay ahora obreros, amas de casa, empleados, profesionales, una ola popular que parece incluso haber desbordado a la Mesa de la Unidad Democrática, MUD, la organización sombrilla de todos los partidos y grupos políticos gracias a los cuales Venezuela no se ha convertido todavía en una segunda Cuba. Pero que esas son las intenciones del sucesor del comandante Hugo Chávez es evidente.

 Todos los pasos que ha dado en el año que lleva en el poder que le legó su predecesor son inequívocos. El más notorio, la asfixia sistemática de la libertad de expresión. El único canal de televisión independiente que sobrevivía –Globovisión– fue sometido a un acoso tal por el gobierno que sus dueños debieron venderlo a empresarios adictos, que lo han alineado ahora con el chavismo. El control de las estaciones de radio es casi absoluto y las que todavía se atreven a decir la verdad sobre la catastrófica situación económica y social del país tienen los días contados. Lo mismo ocurre con la prensa independiente a la que el gobierno va eliminando poco a poco mediante el sistema de privarla de papel.

 Sin embargo, aunque el pueblo venezolano ya casi no pueda ver, oír ni leer una información libre, vive en carne propia la descarnada y trágica situación a la que los desvaríos ideológicos del régimen –las nacionalizaciones, el intervencionismo sistemático en la vida económica, el hostigamiento a la empresa privada, la burocratización cancerosa– han llevado a Venezuela, y esta realidad no se oculta con demagogia. La inflación es la más alta de América Latina y la criminalidad una de las más altas del mundo. La carestía y el desabastecimiento han vaciado los anaqueles de los almacenes, y la imposición de precios oficiales para todos los productos básicos ha creado un mercado negro que multiplica la corrupción a extremos de vértigo. Solo la nomenclatura conserva altos niveles de vida, mientras la clase media se encoge cada día más y los sectores populares son golpeados de una manera inmisericorde que el régimen trata de paliar con medidas populistas –estatismo, colectivismo, repartos de dádivas y mucha, mucha propaganda acusando a la “derecha”, el “fascismo” y el “imperialismo norteamericano” del desbarajuste y caída en picada de los niveles de vida del pueblo venezolano.

 El historiador mexicano Enrique Krauze recordaba hace algunos días el fantástico dispendio que ha hecho el régimen chavista en los 15 años que lleva en el poder de los 800.000 millones de dólares que ingresaron al país en este período gracias al petróleo (las reservas petroleras de Venezuela son las más grandes del mundo). Buena parte de ese irresponsable derroche ha servido para garantizar la supervivencia económica de Cuba y para subvencionar o sobornar a esos gobiernos que, como el nicaragüense del comandante Ortega, el argentino de la señora Kirchner o el boliviano de Evo Morales, se han apresurado en estos días a solidarizarse con Nicolás Maduro y a condenar la protesta de los estudiantes “fascistas” venezolanos.

 La prostitución de las palabras, como lo señaló Orwell, es la primera proeza de todo gobierno de vocación totalitaria. Nicolás Maduro no es un hombre de ideas, como advierte de inmediato quien lo oye hablar; los lugares comunes embrollan sus discursos, que él pronuncia siempre rugiendo, como si el ruido pudiera suplir la falta de razones, y su palabra favorita parece ser “¡fascista!”, que endilga sin ton ni son a todos los que critican y se oponen al régimen que ha llevado a uno de los países potencialmente más ricos del mundo a la pavorosa situación en que se encuentra. ¿Sabe el señor Maduro lo que fascismo significa? ¿No se lo enseñaron en las escuelas cubanas donde recibió su formación política? Fascismo significa un régimen vertical y caudillista, que elimina toda forma de oposición y, mediante la violencia, anula o extermina las voces disidentes; un régimen invasor de todos los dominios de la vida de los ciudadanos, desde el económico hasta el cultural y, principalmente, claro está, el político; un régimen donde los pistoleros y matones aseguran mediante el terror la unanimidad del miedo y el silencio, y una frenética demagogia a través de los medios tratando de convencer al pueblo día y noche de que vive en el mejor de los mundos. Es decir, el fascismo es lo que va viviendo cada día más el infeliz pueblo venezolano, lo que representa el chavismo en su esencia, ese trasfondo ideológico en el que, como explicó tan bien Jean-François Revel, todos los totalitarismos –fascismo, leninismo, estalinismo, castrismo, maoísmo, chavismo– se funden y confunden.

 Lo que es triste, aunque no sorprendente, es la soledad en que los valientes venezolanos que ocupan las “trincheras de la libertad” están luchando por salvar a su país, y a toda América Latina, de una nueva satrapía comunista, sin recibir el apoyo que merecen de los países democráticos o de esa inútil y apolillada OEA (Organización de Estados Americanos), en cuya carta principista, vaya vergüenza, figura velar por la legalidad y la libertad de los países que la integran. Naturalmente, qué otra cosa se puede esperar de gobiernos cuyos presidentes comparecieron, prácticamente todos, en La Habana, a celebrar la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac, y a rendir un homenaje a Fidel Castro, momia viviente y símbolo animado de la dictadura más longeva de la historia de América Latina.

 Sin embargo, este lamentable espectáculo no debe desmoralizarnos a quienes creemos que, pese a tantos indicios en contrario, la cultura de la libertad ha echado raíces en el continente latinoamericano y no volverá a ser erradicada en el futuro inmediato, como tantas veces en el pasado. Los pueblos en nuestros países suelen ser mejores que sus gobiernos. Ahí están para demostrarlo los venezolanos, como los ucranios ayer, jugándose la vida en nombre de todos nosotros, para impedir que en la tierra de la que salieron los libertadores de América del Sur desaparezcan los últimos resquicios de libertad que todavía quedan. Tarde o temprano, triunfarán. Dar click en el titulo de la noticia para comentar con tu cuenta de Facebook,Twitter,ó e-mail..puedes usar los botones de abajo para compartir en las redes sociales
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