lunes, 11 de marzo de 2013

Los dueños de Honduras

Por : Mario Berríos


Se encontraban tres distinguidos personajes de la vida nacional en un lujoso hotel de Tegucigalpa. El venerable ministro de la presidencia Mamerto Abarca Todo, el honorable diputado Armando Casas Acosta del Pueblo y el reconocido empresario Al Buche Lana. El lujo de aquella sala VIP de hotel, contratada por mes a tres mil dólares, estaba decorada tal como la oficina del diputado en uno de sus edificios, construidos con el sudor de su “intelecto” en el Congreso, adonde se había perpetuado como diputado desde hacía 24 años. Nadie sabía cómo Casas Acosta del Pueblo hube levantado tanto bien inmueble, pero la gente comentaba que, cada que un inversionista extranjero deseaba invertir en el país, primero requería de una moción en el Congreso para que aquel proyecto pasara, pues Casas Acosta era el encargado de concertar su viabilidad. A medianoche, cuando la ciudadanía y resto de diputados dormían, él presentaba su moción, la cual pasaba rápidamente en un debate con dispensa de los otros dos reglamentarios.

—Pues como le ibamos diciendo, señor Zoller —decía el ministro Abarca Todo, con rostro preocupado —nosotros como autoridades del país podemos hacer que su proyecto sea viable y en el menor tiempo. Estamos aquí para darle una ganga de proyecto.

—Sí —se entrometió el diputado Acosta del Pueblo en su traje oscuro, llevándose un vaso de ron a los labios —yo interpongo mis buenos oficios. Tenemos cercanía con el Presidente, sólo nosotros podemos sacarle adelante su megaproyecto, nosotros tenemos los contactos.

—Pero ayer otro ministro me dijo que él tenía más contactos.

Le cortaron el hilo del discurso al extranjero.

—No le crea, nosotros somos los únicos, ¿verdad Buche Lana? Mirelo a él, que le diga quiénes somos los que le ayudamos a la empresa privada del país, nadie, sólo nosotros.

—Sí —se recostó sobre el sillón Buche Lana, con su papada cayéndole hasta el estómago, donde sobresalía su abultado ombligo, como una tinaja de Ojojona.

—¿Y entonces cuánto debo gastar, invertir o entregar para nosotros lograr inversión del grupo económico europeo que yo representar?
—Mire, nosotros no ocupamos dinero, eso ya tenemos, además, somos honestos, ¿verdad ustedes? —se adelantó a expresar Abarca Todo.
—El diputado Armando Casas Acosta y Al Buche carraspearon y contornearon sus cuerpos.
—Lo cantidad solicitada por nosotros es para el partido, señor Zoller —dijo ahora el diputado Acosta del Pueblo—. Y un poquito para regar entre camaradas de la comisión de estudio del Congreso, hacemos viable el estudio. Yo presento la moción, nosotros no cobramos, únicamente solicitamos colaboración para el partido. Ah, uno de los requisitos es darle contratos internos al señor Al Buche Lana. El proyecto lo necesita la comunidad, pero si el señor no trabaja demanda por asuntos de licitación.
—En efecto así es —se adelantó el trago a la boca Al Buche Lana—. La ley me protege. Si yo no gano aunque se necesite el proyecto prefiero demandar al Estado.
Zoller el finlandés se pasaba el pañuelo por la frente, donde gruesas gotas perladas asomaban, luego se componía los anteojos e insistentemente miraba su teléfono. ¡Estaba cercado!
—Tengo la problema de no poder autorizar erogaciones de efectivo, como ustedes no querer cheques, sólo efectivo.
—Si —es por impuestos y otros trámites, además, en el partido no quieren lidiar con títulos valores como cheques. Y recuerde que la suma es totalmente por adelantado.
—¿Y el recibo para nuestra contabilidad quién lo dará? —preguntó el empresario europeo.
—No, no, no, no nos ha entendido señor Zoller, usted tendrá que meter esos dineros en facturas de otra índole.
—No  sé cómo explicar esto a directivos nuestros, no entender esto de “gastos”.
—Mmm, ingénieselas, aprenda a hacer negocios en Honduras señor Zoller —era la voz del ministro Abarca Todo.
Hubo una silenciosa pausa.
—Y hay otro asunto, señor Zoller —continuó el ministro Abarca Todo.
—¿Ah? —abrió los ojos el extranjero y saltaron sus cejas.
—El contrato ya tiene dueño, pero puede ser suyo.
—¿De quién es? —preguntó el hombre alto, fornido y rubio.
—Es del hijo del Presidente, pero lo cede por un par de millones. Yo lo represento, me da a mí el dinero y el contrato es suyo.
—Dios —exclamó el europeo, la problema aquí no es de inseguridad sino de “gastos extras”, como dicen ustedes, preferimos formalizar unos contratos en Guatemala y Nicaragua, mejor den a otro su ganga.


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