Por: Mario Berríos
En el término de un año Honduras irá a elecciones generales para elegir a un nuevo Presidente Constitucional por los siguientes cuatro años. Entre los contendientes más fuertes repuntan Mauricio Villeda y Juan Orlando Hernández, liberal y nacionalista, respectivamente, seguidos de cerca por la fórmula de LIBRE, representada por Xiomara Castro de Zelaya.
En los actuales momentos y circunstancias ninguno se podría dar como seguro ganador, eso dependerá, en los próximos meses, de un proyecto viable como propuesta de gobierno, apoyo popular según se discurse alrededor de los temas torales del país, la promesa de reformas profundas en el sistema y, por supuesto, la confianza generada por el futuro mandatario.
Temas como el problema de la inseguridad debe ser visto y tratado por cada candidato a Presidente, alcaldes, gobernadores y diputados, porque el problema en general no puede ser exclusivo del gobierno de turno, si no de la sociedad en conjunto. Pero el principal punto a considerar, si es que desean asegurar miles de votos, es garantizarle a ciertos sectores, de la indigencia, los servicios públicos electricidad y agua. Y, de otro lado, brindar espacios a la clase media en cuanto a trabajo e inversiones estables a través de la pequeña y mediana empresa.
Honduras, politizado hasta la saciedad, enfrentará una peor crisis antes de las elecciones, ese será otro aspecto a considerar en cuanto al posible desgaste del partido nacional y su candidato oficial. Entre los adversarios tratarán de explotar vulnerabilidades, en ese juego la izquierda tradicional y el populismo se enfrentarán a los grupos de poder e influencia de los partidos tradicionales, en un duelo de voces conformado por propuestas descabelladas, fuera de contexto y desesperadas.
Pero una elección no sólo se gana en las urnas, también en las mesas, en la documentación, en la compra de votos, la inhabilitación aprovechando espacios legales y en la estrategia general durante la fiesta patriótica. El votante debe centrar su interés en el discurso escondido o en la agenda oculta de cada candidato, de eso poco se dice o casi nada escudriñan los analistas. Hoy, para cada partido empieza una nueva era, los estrategas se enfocarán en serio en aspectos ideológicos, estrategia política de campaña, los símbolos nacionales, las carencias del pueblo, el potencial de las ciudades y las penurias en el sector rural.
De acuerdo a las cifras arrojadas en las recientes elecciones primarias, con los porcentajes alcanzados por el bipartidismo se llevan millón y medio de votantes, más —posiblemente— LIBRE cerca de quinientos mil, con lo cual, sumados, los electores de las planillas oficiales no pasaron de los dos millones y medio, sin contar con la supuesta inflada de datos en el Tribunal Supremo Electoral. Si esto es cierto, significa que el abstencionismo fue el ganador por abrumadora cantidad. ¿Cómo interpretar esto de otra manera? Digamos que el 60 por ciento de la población votante acudió a las urnas. ¿Dónde está y qué piensa o qué tendencia tiene el 40 por ciento restante? Adicional a esta incógnita, existen tres factores a considerar: Uno: de los dos partidos del bipartidismo saldrán inconformes a meterle el dedo a otra tendencia política (a Salvador Nasralla, Romeo Vásquez Velásquez; UD, PINU o DC). ¿Con cuántos partidarios quedarán en realidad? Dos: a juzgar por los seguidores, más simpatizantes que fieles prosélitos, LIBRE, de potenciar su proyecto, tiene la (diminuta) probabilidad de dar la sorpresa. Tres: Es claro que el amplio porcentaje de indecisos, electores en salmuera o simpatizantes en la sombra, pueden decidir al futuro gobernante, pero ¿podrán unirse en un coro de ideas?, me resulta impensable, por ello considero que los indecisos —un promedio de dos millones—, si bien son una suma importante, no decidirán el resultado de las generales del año siguiente. En todo caso, el reto para los partidos por hacerse con esa tajada del pastel de ciudadanos deberá ser monumental. Comparado a un preciado botín de las votaciones, el rol de los indecisos será inclinar la balanza hacia ciertos partidos, aunque no determinante. Las encuestas han demostrado —en forma recurrente— un abstencionismo muy marcado, lo cual permite pensar que en las generales siempre se conservará un amplio margen de personas sin deseos de acudir a las urnas, ¿qué probabilidad y esperanza entonces tienen candidatos como Salvador Nasralla? El distinguido periodista y aspirante presidencial, de paso, aun cuando se observa como una buena opción para el país, perdió la oportunidad de probar a sus líderes locales, departamentales y a nivel nacional, de tantear a sus estructuras, foguear a sus simpatizantes en las mesas, ensayar los movimientos logísticos, calcular su presupuesto para movilización, transporte y alimentación, al menos. No dudo que le pesará haber evitado participar en la contienda primaria.
Miremos otro panorama: Captar a nuevos adeptos no será suficiente para remontar los porcentajes actuales obtenidos por cada partido y candidato. Pesará, con el correr de los meses, el plan de gobierno de cada uno de ellos, sus propuestas torales, la promesa o no de presentar amplias reformas en el estamento político, el compromiso por adecentar la plataforma gubernamental, la visión de atraer inversión, arreglar el problema de la educación, garantizar una política de protección ciudadana, generar empleo y mejorar la salud y, sobre todo, si sentado en la silla presidencial no es visto como una amenaza para la colectividad nacional e internacional. Más allá, el partido nacional irá por los votos de los liberales insatisfechos, de igual forma los rojos en busca de los azules inconformes. Ganancia en todo caso podría ser para LIBRE, aunque después de no obtener el millón y medio que esperaban muchos querrán abandonar esas filas, seguramente por anotarse con un potencial ganador.
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domingo, 9 de diciembre de 2012
