sábado, 5 de mayo de 2012

Espiridión Ocón Orozco


Por: Mario Berríos
Era el más rico del poblado, dueño del setenta por ciento de las bodegas constituidas alrededor del mercado, casas de alquiler en las colonias y edificios en el centro de Choluteca, en síntesis, según versiones de los lugareños, “la mitad del pueblo le pertenecía”.

Se ubicaba diariamente con dos mesas —en la acera— a contar el pisto. La gente estaba acostumbrada a verlo espantándose las moscas del queso con un látigo, su enorme barriga desnuda, sombrero de junco y pasando por su rostro una toalla a cada instante. A su espalda, ringleras de sacos de granos básicos y otros productos permanecían amontonados: maíz, frijoles, café; queso, mantequilla, harina y banano verde al por mayor y menor, es decir, menudeados.

Pero Espiridión Ocón Orozco no sabía leer ni escribir. ¿Cómo hacía en los negocios aquel persistente luchador? ¿De qué manera cuadraba sus finanzas? A diario pagaba a mozalbetes para que le leyeran el periódico, cinco o diez centavos para que le deletrearan las noticias. Con el tiempo se había vuelto desconfiado porque algunos chicos le inventaban datos, en consecuencia desde fechas recientes le pagaba a varios, así él extractaba sus conclusiones y sabía si alguien mentía o no, de hecho si alguien le falseaba información perdía de volver a ser contratado.

Cuando los niños salían de la jornada educativa en la escuela, Espiridión Ocón Orozco estaba presto: “ven cipote, ¿qué dice aquí?”, consultaba, luego extendía su brazo sudoroso con la moneda. Si el cipote seleccionado le mentía una vez, no le volvía a llamar, ¡la retentiva que poseía Espiridión Ocón Orozco!

Al promulgarse la ley de inquilinato, costó que él se apegara a las nacientes reglas. Antes expulsaba a los ocupantes al primer mes de atraso. Con la reciente legislación cuando los arrendatarios le debían dos meses de renta, igual procedía a desalojarlos, sin embargo sus asesores le dijeron que estaba impedido legalmente, ¡ya no podía correrlos como en el pasado! Dos muchachos se habían atrasado en los pagos. El señor Orozco inventó que le urgía realizar una remodelación en la casa, lo cual estaba consignado en la ley como una causal sin responsabilidad para el arrendatario. En un acto unilateral mandó a quitar todas las tejas, así los inquilinos, con el abrasador sol de Choluteca, solo duraron medio día, no sin antes denunciar el acto irregular de don Espiridión en la oficina de inquilinato. Al acudir a la cita, puso al contador a leer la ley, también a varios cipotes, a quienes concertó expresamente para esa tarea. Con su interesante retentiva, ¡bárbara!, dio la solución en la oficina.

—En la ley yo tengo derecho de reparación de casa, ven niño, léenos, ¿cómo es que dice aquí?
—Que puede hacer reparaciones, don Espiridión —deletreó el chaval.
—Ya oyeron, señora abogada, yo sé mis derechos, esos muchachos es que son inconsecuentes, se ofuscan y se van rápido, no esperan a que yo termine de hacer reparaciones en mi casa. Me agrada repararlas a cada rato —expresó con sarcasmo, pasando una toalla sobre su rostro y regordete cuello.

Y es que al llegar la modernidad, de paso con la entrada en vigencia de otras leyes, Espiridión Ocón Orozco forzosamente tuvo que arrendar bajo otras normas, declarar ganancias y, conforme a los estados de resultados, pagar impuestos

—Aquí no hay nada del gobierno, todo es mío —alegó en forma repetitiva al recién contratado contador cuando le hablaba de retribuir al Estado.
Un funcionario municipal lo emplazaba.

—Señor, es obligatorio pagar impuestos —tenía un ejemplar de la ley en sus manos.

—Mi dinero es mío —se negaba el dueño de bodegas y bienes inmuebles.
Cuando otra vez fue citado en legal y debida forma por su negativa a declarar las ventas, se le borraron las sonrisas, no dejaba de pasar la toalla por su frente, rostro y manos. En la municipalidad le repitieron
—Tiene que llevar un libro, la contaduría de las cosas, sus transacciones, movimientos económicos, ventas...

Al fin le aceptó libros a su contador, pero a regañadientes.
—Este va a ser el libro del “DEBE” y este va a ser el del “HABER” —confió el especialista en números.

—Enseña, enseña —especulaba don Espiridión Ocón Orozco, como enjaulado en su bodega principal, raspándose la barriga, con la camisa húmeda pegada a la espalda.
—No-no, Espiridión no debe, ¡tiene! —se resistía—, quítamele el “debe”, contador ignorante, y ponle “tiene”.

—No podemos don Espiridión, las reglas de la municipalidad…
Don Orozco lo interrumpía

—ah, ¿no?, ¿quién compró ese libro?
—Usted, don Espiridión.
—Bueno, en el libro que compré yo tiene que decir lo que yo diga.  Cómprate uno vos y le pones como dices, pero en mi libro va a decir, “tiene”, porque Espiridión Ocón Orozco no le debe a nadie, ¡ni un cinco!
En adelante el contador llevaba los libros a escondidas, ¡ni a tiros los mostraba!
(Del libro Anécdotas, cuentos y mitos)


Dar click en el titulo de la noticia para comentar con tu cuenta de Facebook,Twitter,ó e-mail..puedes usar los botones de abajo para compartir en las redes sociales
Related Posts with Thumbnails