lunes, 16 de mayo de 2011

Una niña llamada Myrna

Por :Mario Berríos
De entre muchos documentos, correos, felicitaciones, críticas a favor o en contra y borradores de inquietudes que diariamente recibo, una misiva ha llamado mi atención. Con lo que expreso en este artículo espero no faltar a la persona que redactó la carta, pues debo entender que si llegó a mis manos, es que prácticamente quedo autorizado para darle buen uso. El corto documento me ha hecho recordar el inmenso cariño por mis maestros, Minita, Aurora de Navas, Mary Cárcamo, Héctor Teto Marañón, Remí Rosales, Azucena Reyes y Juventina Cano.
¡Ahh, qué tiempos esos!, de cuando los maestros, aunque a diario me agarraban de las orejas, nos daban reglazos o coscorrones y nos tenían horas de rodillas, sobre piedras, maíz o chapas, lo entendíamos con rigor de padres, a quienes nuestros propios familiares encargaban enderezar. Y una cosa, no se dejaban utilizar, eran maestros y cumplían con enseñarnos los programas diseñados en su tiempo, no menoscababan al gobierno, al pueblo, ni a ellos mismos, si debían realizar alguna actividad, personal, política o colectiva, ciertamente la llevaban a cabo fuera de sus horas laborables. ¡Dios guarde que una hija de Lecho Cano iba a quitarle tiempo a sus alumnos!, por mencionar una posibilidad. A estas alturas don Lencho se hubiera levantado de entre los muertos y, caprichoso, todavía estuviera dándole una cátedra de moral a su hija Juventina o a mis otros maestros.

Coincidentemente, la carta a que haré referencia nace en el Valle de Sula, quizá en esos tiempos de mi infancia, cuando una niña se cruzó en al camino de la maestra Olga Esperanza Gomez de Paredes, entonces una joven felizmente casada con el profesor y abogado Nery Rodrigo Paredes Fajardo. Y otra casualidad, en ese encuentro ella llevaba entre sus entrañas al remitente de la carta que hoy reproduzco. Transcurrirían décadas para que una exalumna de la maestra Olga, lograra localizarla, porque en ella habían quedado huellas de amor, comprensión, enseñanzas y ternura, por ello su profe Olga quedaría grabada en la memoria de una niña llamada Myrna.

El amor y cuidados profesados por sus hijos Marvin y Karen, más la palabras descritas en esa carta, dan vida a la profesora Olga Esperanza Gomez, hoy viuda de Paredes, quien ya no es aquella hermosa joven, sino una mujer de más de sesenta años, minada por el tiempo y una rara enfermedad que ha sobrellevado por más de 20 años, esclerosis lateral amiotrófica, padecimiento que le ha degenerado todo su sistema neuromuscular, por la cual tiene disminuidas e incluso muertas las células de su sistema nervioso, lo que le ha provocado parálisis muscular progresiva de pronóstico mortal, en cuya etapa avanzada, donde ya se encuentra, sobreviene la parálisis total. Así, sin moverse, y sin pestañear, ella ha podido leer esas líneas. Mientras sus ojos se inundan, a veces sonríe al recordar a la entonces niña Myrna:
Querida Profesora Olga; no sé si usted me recuerde, pero yo nunca podré olvidarla, porque usted fue y ha sido una persona muy especial en mi vida. Hace mucho tiempo he tenido la inquietud de hacerle saber esto, espero que al recibir esta carta pueda usted sentir mi cariño manifiesto a través de mis palabras. Yo soy Myrna, la hija de Cleotilde y Tomás Cardona. Yo tenía 6 años y mi primer día de clases era un gran evento, un gran reto en mi vida. Llena de temores e incertidumbres, porque no sabía si era suficientemente inteligente para aprender, no sabía si me iban aceptar mis compañeros o si mi maestra iba a ser buena conmigo, además, con mucha vergüenza porque no tenía zapatos, yo me sentía horrible en todo aspecto.

Estaba en el aula de clases, esperando conocer a la maestra, cuando entró usted y nos saludó, luego se dirigió a mí con una sonrisa hermosa y rostro alegre, de admiración, después sacó sus manos de la bolsas de su bata de embarazo y se las puso en la cintura y me dijo ‛Qué bueno que vas a ser mi alumna’. En ese momento me sentí totalmente distinta, apreciada e importante hasta el último día de clases, que sólo fueron 6 meses porque nos mudamos para Tegucigalpa. Usted dedicó ese sábado por la mañana de clases para que los niños se despidieran de mí y me regalaron una bolsa de confites, tan ricos, y un libro de cuentos de un cerdito. Quizás usted no recuerde todo eso, pero yo sí; esas memorias las he guardado en mi corazón y las he llevado como un tesoro.

Usted ha sido una influencia positiva en mi vida, he sabido valorar esos detalles y he entendido lo importante que es hacer sentir bien a los demás, mirar lo mejor en las personas y que los pequeños detalles son de gran valor, usted fue sin duda alguien que Dios puso en mi camino, y Dios no se equivoca, así como yo no me olvido de estas cosas, tampoco Dios se ha olvidado de usted. Él la ama tanto que dio a su único, Jesucristo, en sacrificio en la cruz para morir por usted y por mí para librarnos del poder de la muerte de su sangre derramada en la cruz, hoy tenemos perdón de pecados, y por su llaga que sufrió todo nuestro dolor y se llevó con Él todas nuestras enfermedades, ahora somos curados. Yo quiero animarla pues sé que está mal de salud y quiero que tenga la esperanza en Cristo que en Él sí podemos esperar un futuro bueno para todo aquel que cree en Él y en su sacrificio, que así como Él murió y resucitó, para vida eterna, así también usted y yo moriremos y resucitaremos para vida eterna juntamente con Él. Yo envío la palabra de salvación y sanidad para su vida en el nombre de Jesús y declaro la paz de Jesucristo para usted. Con todo mi cariño, Myrna Judith Cardona Karl”.
Quizá esta sea la última alegría que le dé a la madre de un amigo, a quien he acompañado en los cumpleaños de su progenitora y en las peores crisis de salud de ella…
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