sábado, 27 de diciembre de 2014

Las familias Navarro y Sandoval de Olanchito

Por : Ramón Ovidio Navarro D.

Con mi respetuoso saludo,Lic Juan Ramon Martinez después de la lectura de su artículo publicado en la página 7-B, “Anales Históricos”: Olanchito entre 1948 y 1963, 25 años de lento desarrollo, en “Diario LA TRIBUNA”, que circuló el domingo 23 de noviembre de 2014, lo felicito por tan valioso aporte para la cultura y la historia de nuestra sociedad que se alimenta de las ideas, conceptos y acontecimientos que relatan y escriben personajes de las letras y de la comunicación como usted, quien se merece las felicitaciones de sus lectores.

Sin ser historiador, analista, escritor u orientador de la opinión pública, comparto el contenido de su mencionado trabajo.
Me impulsa escribirle estos párrafos para aportarle, si usted lo tiene a bien considerar, que yo crecí en el hogar de mis abuelos paternos Mariano Navarro Pouvert y Mercedes Sandoval de Navarro, ambos oriundos de Olanchito, no pertenecientes a clases privilegiadas, honrados, trabajadores, pero bien reconocidos por todas las familias del lugar. Yo no nací en Olanchito, nací en la ciudad Puerto de Trujillo, departamento de Colón, pero adoptivo de Olanchito y de El Progreso, departamento de Yoro. Fui trasladado a Olanchito a la edad de nueve meses, al hogar de mis mencionados abuelos. En Olanchito, inicié la escuela primaria, recordando siempre a mis maestros: Andrés López Díaz y Joaquín Reyes, en la escuela primaria “Modesto Chacón”.

Mis abuelos cultivaron en mí, grandes valores y principios, que creo honrarlos hasta el último día de mi existencia, adhiriendo a ello la formación que me dieron mis padres también: Ramón Navarro Sandoval y Amelia Duarte.
Quiero destacar, porque quizás no lo registren su memoria y sus datos históricos, que el hogar de mis abuelos estaba constituido en su humilde propiedad, con un amplio solar, exactamente frente a la casa de don Francisco Núñez Oseguera, quien junto con su esposa Juanita me vieron crecer desde los nueve meses de edad, lo mismo que don Alirio Ponce Tejeda, su esposa doña Francis y don Felipe Ponce y su esposa doña Cayita Posas, lo mismo que don Mauricio Ramírez y su esposa doña Chayina. Contiguo a la propiedad de mis abuelos Mariano y Mercedes, establecieron la farmacia La Nueva, don Alirio y doña Francis, haciendo un mismo solar con la nuestra (de mis abuelos), aunque antes la tenían al frente, contiguo a la casa de don Francisco Núñez Oseguera.

Mi abuelo Mariano Navarro Pouvert fue un ciudadano ejemplar, que ejerció por algún tiempo el cargo de juez de Paz, pero también sabía el oficio de zapatero. En ambas ocupaciones, generó el sentirse honrada toda la familia. Mi abuela Mercedes, también muy reconocida, por su devoción a la Iglesia Católica y su condición de modista, que entonces le llamaban “costurera”, además fue un ejemplo de unidad de la familia, de principios morales, de cultura y educación.

Debo adicionar, que mi abuela Mercedes le enseñó las primeras letras, mediante el procedimiento de enseñanza por cartilla, a diversos personajes de la ciudad. No tengo absoluta seguridad si sus primeras letras las aprendieron con ella, grandes hombres de talento, como el periodista don Dionisio Romero Narváez y el recordado escritor don Céleo Murillo Soto, a quienes conocí siendo yo un estudiante en cuanto al primeramente mencionado y al segundo ya habiendo culminado mis estudios de abogacía, todo por habérmelos presentado mi padre, con quienes eran grandes amigos.

Es del caso mencionar, que mi abuela era comadre con doña Chabelita Amaya, quien tenía su casa de habitación frente a la Plaza Central ahora parque Central, donde había crecido un gran árbol de ceiba o “ceibón”, así llamado popularmente por los de la época. Por encargo de mi abuela Mercedes, para decir mejor: por mandados, llegaba frecuentemente a saludar a doña Chabelita, madre del orgullo de las letras hondureñas, escritor y novelista don Ramón Amaya Amador, a quien veía de pie en el corredor de la casa de su madre. Posteriormente lo volví a ver, ya en el exilio, en ciudad de Guatemala, precisamente en un parque de la capital, presentándomelo mi padre, como amigo de él y explicándome ser el autor de Prisión Verde, ya para entonces yo estudiaba en el instituto José Trinidad Reyes y mi padre, en período de vacaciones me llevó a Guatemala con el objeto de una intervención quirúrgica de amigdalitis, pudiendo haberlo hecho en uno de los hospitales de la Tela Rail Road Company, de la cual era empleado mi padre, pero él dispuso viajar a Guatemala para entrevistarse con el novelista Amaya Amador, con quien sostuvieron excelentes relaciones de amistad, sin considerar el pensamiento o ideología de ambos, sino poniendo como prioridad la amistad de sus respectivas madres y la propia de ellos. Tuve el honor de conocer a la madre del novelista y a él en las dos circunstancias: haciendo “mandados de mi abuela” y posteriormente en su situación de exilio él y nosotros de visita en Guatemala.

No es mi propósito ser vanidoso en la alusión a los hechos y acontecimientos que le expreso en esta nota, sino aportar a su voluminosos hechos históricos en su poder y honrar la memoria de mis ascendientes, integrados en las familias Navarro y Sandoval, de esta última quedan muchas y muchos, de quienes me enorgullezco por su honradez, laboriosidad, principios cristianos y sobre todo integración familiar y poseedores de un sólido cariño entre sí y para el prójimo.
Muchas personas que aún existen y me merecen respeto y admiración recuerdan estos y otros hechos que pueden contribuir a la historia. Solamente tengo en mi memoria a una apreciable dama que dichosamente la tenemos en nuestra sociedad y que recuerda a mis ascendientes y colaterales, como a quien cariñosamente le llamamos doña Locha Caballero. Mi reconocimiento para ella y sus hijas y demás familia.

Finalmente deseo destacar que siendo niño conocí a muchas de las personas distinguidas y honorables que usted menciona y que una de ellas, don Nemecio Cárcamo, a quien llamábamos todos de la familia: Tío Mencho, fue casado con mi tía Tila Sandoval, quien recientemente falleció en Olanchito y que me unen lazos de amistad y familiares así como con otras de las familias que usted menciona.
Se adhieren a esta relación de hechos mis hermanos Guillermo Ordóñez Duarte, Orbelina, Olinda Suyapa, José Omar Navarro Duarte, Miriam y Yolanda Navarro.

No persigo publicidad con esta iniciativa de escribirle, sino que quizás usted lo considere para sus reseñas históricas, que como dice al final de lo escrito en tan prestigiado medio: “continuará en el próximo número”.
Dejo a su ilustrado criterio tomar en consideración lo escrito en estos párrafos. “Soy un simple abogado y notario, viendo caer la tempestad en este país” (sic).
“La historia es testimonio de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, anuncio de la antigüedad”. (CICERON: de oratoria).
Con demostraciones de mi mayor consideración, dejando constancia de mi agradecimiento, me suscribo de usted, atentamente.

 Fuente : Diario La Tribuna  Seccion Anales Historicos 14 Diciembre 2014

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