viernes, 28 de febrero de 2014

Orlando Diaz Nuñes : el abogado íntegro


Por : Juan Ramon Martinez
Quiero referirme a otro abogado ejemplar, intransigente en la práctica de las virtudes; y fiero defensor de la aplicación de la ley: Orlando Díaz Núñez, nacido en el municipio de Olanchito y muerto la semana pasada aquí en Tegucigalpa, cuando recién había cumplido 71 años de edad. Orlando fue mi compañero en las aulas de la educación primaria en la escuela Modesto Chacón de Olanchito, Yoro. Era un compañero muy serio, poco dado a la broma o al juego. Bien vestido  -al fin y al cabo era hijo de uno de los más prósperos ganaderos del Valle Arriba, Fabricio Díaz- callado, y muy dedicado a sus tareas. Los profesores no tuvieron que luchar con sus hábitos y comportamientos. Venía de un hogar muy respetable, en donde le crearon los valores que organizaron su vida. Y como no quería quedar bien con nadie, no asimilaba el comportamiento de los líderes más bullangueros de la grulla estudiantil; ni desarrollaba actitudes que lo alejaran de su original formación familiar. Siempre estaba puntual en el aula, formaba correctamente en el lugar que correspondía a su estatura que era mediana; y llevaba siempre sus tareas que entonces eran obligatorias y revisadas al detalle por el profesor de grado.

En sexto grado, no se presentó a la escuela Modesto Chacón. No le dimos mayor importancia porque muchos se retiraban antes de concluir los 6 años reglamentarios. Mucho después, en su bufete profesional, en una cómoda conversación en donde unimos las mutuas nostalgias, me contó que en ese año, 1954 para ser precisos, se trasladó a la escuela “Esteban Sosa” en donde su profesora de grado fue Hortensia de Zelaya que, por razones familiares se había trasladado de Catacamas a Coyoles Central  -situado a 12 kilómetros de Olanchito- y muy cercano a la hacienda donde él vivía con sus padres. De modo, me dijo que “llegaba temprano a la escuela montado a caballo, recibía mis clases, en el  almuerzo comía alimentos que me preparaba mi mamá”; y después de las cinco de la tarde, emprendía el regreso a su casa para reunirse con sus progenitores. Diariamente, contó, le llevaba un litro de leche, recién ordeñada para su hijo mayor. Hasta que “un día me castigó injustamente; y decidí que nunca más le volvería  a llevar leche”.

Argelio Castro  -abogado que goza de mi respeto y admiración; y que fuera compañero de secundaria de Orlando en el Bonilla de La Ceiba- rindió testimonio, en sus funerales, diciendo que, una vez hecho abogado se dedicó a la práctica del derecho, al desempeño de la función pública de director  del Ministerio de Trabajo. En su gestión, dijo Castro, fue ejemplar. Defensor de la ley; pero facilitador de los acuerdos entre las partes. Intransigente consigo mismo, pero flexible para que los otros conciliaran sus  intereses. Cuando representó a Honduras en la OIT, Orlando Díaz dejó bien sentado el nombre de nuestro país, por su dedicación al estudio y por su talento en el diseño de normas que crearon derecho del trabajo en dimensiones universales. Castro que fue subsecretario de Trabajo, dio testimonio del orgullo que sintió cuando le acompañó. Misma cosa que siento en este momento en que lo despido, orgulloso de haber sido su compañero y su admirador por su rectitud profesional.

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