martes, 8 de marzo de 2011

Hasta pronto Miguel Pineda...Por : Armando Cerrato

La muerte implacable, infalible, siniestra e inefable, se llevó consigo el pasado 26 de febrero, al ex-compañero de estudios, cuitas y avatares diarios y por un tiempo en la labor periodística, amigo entrañable, buena persona y mejor ser humano: Miguel Ángel Pineda Rodríguez.
Se le encontró 24 horas después de haber fallecido, en un pobre y desvencijado altillo del Hotel Marichal de Tegucigalpa, donde residía sumido en soledad desde hacía varios años en que decidió encerrarse en sí mismo, sobrevivir el resto de sus días a su manera, haciendo lo que se le antojaba aunque estuviese un tanto fuera de la realidad concreta y de las inferencias y creencias de los demás.

Sumamente inteligente, dominaba el inglés y el francés, corrió con suerte: Su intelectualidad le abrió las puertas de institutos de enseñanza del inglés en Estados Unidos de América, y de un Doctorado en Ciencias de la Comunicación y aprendizaje de francés, en la Universidad de Toulouse, en Francia, país este último, donde también comenzaron algunas de sus disquisiciones sobre la vida académica, política y social, hasta llegar al término de aceptar que nada valía la pena.

Originario de Olanchito, Yoro, no tenía las ínfulas intelectuales y de grandes oradores que exhiben la mayoría de sus paisanos, es más, gozaba contando anécdotas, pasadas, leyendas y perras basadas en esas cualidades infladas de sus conciudadanos, apoyado siempre por Mario Cálix Meléndez que llegó con él desde la “ciudad cívica” a la Escuela de Periodismo de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), y al que se dirigía siempre con el afectuoso anagrama que aún le aplicamos los amigos: “MACAMEL”.

Buen alumno, magnífico estudiante “Mike” –le decíamos–, escudriñaba con fruición los libros, folletos y otros materiales de estudio, aprovechándoles al máximo. Gustaba de reunirse con los compañeros para hacer más efectivo el aprendizaje, no le conocí acto de egoísmo alguno, es más, doy testimonio de su solidaridad, de su trato respetuoso aún para los antagonistas políticos universitarios, pues, fuimos miembros del Frente de Reforma Universitario (FRU), en su etapa más beligerante.

Era amante de la cultura en todas sus artes, pero su ser bohemio, como la mayoría de los periodistas, se volvió puro en sus creencias y se apartó de las normas y convenciones sociales, aunque nunca desconoció a sus amigos, algunos de los cuales le respondieron, en la medida de sus posibilidades, en sus momentos angustiosos del diario sobrevivir en el hostil ambiente nuestro, donde nadie parece tener algún valor, si no está bien posicionado o posee abundantes bienes como para ser desprendido y favorable a nuestros propósitos, haciendo valedero el refrán popular de “tanto tienes, tanto vales. Nada tienes, nada vales”.

No sé si estaba jubilado por la UNAH, la verdad es que muchos estimamos que, más bien, debió haber sido pensionado por la misma por cuestiones de salud, pero, como a muchos, nunca la vida le sonrió de forma favorable y su dedicación y esfuerzo en la docencia, se perdió en el inexorable transcurrir del tiempo, en la abyecta necesidad de desplazarle para favorecer con su cargo a un amigote de quienes, en su momento, tenían la sartén por el mango en los mandos universitarios, le pasó, lo que le está pasando y pasará a muchos de nosotros que le hemos dedicado juventud y vida a la hasta ahora máxima casa de estudios del país.

Me enteré de la muerte de mi ex-condiscípulo, amigo, compañero de labores como corresponsal en la Agencia Centroamericana de Noticias (ACAN-EFE), hasta escuchar el sábado 5 de marzo, el sentido acuerdo de duelo emitido y leído por el director de la Escuela de Periodismo de la UNAH, licenciado Miguel Martínez, en el “Minuto Cultural Sabatino”, que maneja con otro buen amigo y ex-compañero de labores, sucesor de Miguel Pineda en la divulgación de información internacional, Germán Rubén Reyes Velásquez, haciendo honor a la herencia de Guillermo Castellanos Enamorado (QEPD).

Me contaron que el día que le encontraron le inhumaron, quizá por ello, muy pocos de sus amigos o conocidos se dieron cuenta de su fallecimiento, la última vez que medio alterné con él, fue cuando aún podía yo, recorrer sin la molesta impaciencia de un acompañante las calles de Tegucigalpa, dialogamos y chabacaneamos un rato frente al trasispicio del Palacio Arzobispal. Hasta pronto Miguel Ángel Pineda Rodríguez, que la tierra te sea leve y el Divino Creador te acoja en su seno.
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